Ni cinco meses de luna de miel pasaron desde que me casé y ya  enfrentaba las presiones  sociales de las mujeres que me topaba en la calle: ‘¿Cuánto tiempo tienes de casada?’ Y casi ipso-facto se colaba la siguiente pregunta: ‘¿Cuándo vienen los bebés?’

Empiezo por confesar que yo he sido millones de veces la preguntona imprudente. La que hostigó a la amiga que se rindió hace un año en la búsqueda de su bebé; la que ha dado ánimos a esa amiga que sufrió una pérdida y quien ha cuestionado si la ciencia va por encima de mi fe. He soñado con mis embriones congelados, si tendrán frío, si se habrán llevado mis mejores genes. Y con lo irritada que me tienen las hormonas, mi mayor preocupación es si sacarán lo peor de mi carácter.

En esos primeros meses de recién casada, mi vida se dividió en dos bandos, el bando de: “No tengas hijos” y el de “Sin hijos no hay familia”. No faltó el comentario: “Los niños lo dañan todo” y este juicio me marcó, jamás he sido una mujer que se toma los comentarios personales pero este me llegó tanto que creo que mi útero se resintió. Por meses recé no quedar encinta, lloré mucho analizando si sería buena madre, si estaba dispuesta a cambiar mis tallas, si eso no dañaría mi relación.

¿Y si mi esposo me deja? ¿Y si enviudo? ¿Y si no puedo hacerme cargo de un bebé en este mundo tan cruel? Fueron meses de terapia, en los que me pasó todo lo contrario, me obsesioné con tener un embarazo. Tanta fue mi intensidad que tengo varios tableros de pinterest sobre decoración, fertilidad, fotos postparto, artículos en mi carrito de amazon con extractores de leche, trajes de maternidad, listados de nombres, listado de padrinos, carpetas con oraciones a San Judas Tadeo, San Antonio, La virgen de la Dulce Espera, tiradas del tarot, embarazos imaginarios ….una obsesión.

Yo, como soy una mujer que todo lo tiene que tener organizado, hice mi cita con mi ginecólogo antes de empezar la búsqueda. Su respuesta fue: “todo bien, solo sigan tratando con un tracking de ovulación y si no pasa, a los 6 meses vienen”.

Una vez hasta necesité aire, después de que me pelé la cara con mi marido en la siguiente cita con el ginecólogo para decirle “Llevamos seis meses tratando doctor, usted sabe, poniendo las piernas arriba por 15 minutos, meditando y naaaada”.  empecé a culpar a mi útero. Le hice hasta una “sanación”. Cuestioné mis trompas y hasta los óvulos que tenía mi abuela que en teoría son parte de los que yo puedo crear.

El buscar un bebé que no llega te arrastra al extremo de tus inseguridades. Te deprime. Es una de esas luchas que si no vives no la vas a entender. Este año de pandemia ha sido difícil a modo laboral, con el recorte económico y la ansiedad. Pero algo que rescato es que el distanciamiento social me ha dado aire para llevar este esfuerzo en silencio. El no ver a nadie me ha salvado de la incesante pregunta.

¿Oye, y los bebés pa’ cuando?

A aquellos imprudentes les quiero recomendar, morderse la lengua. No saben cuántas mujeres están aprovechando el precio “por pandemia” de los tratamientos de fertilidad; cuantos óvulos esperan llegar a evolucionar;  cuántas tienen cayos en su barriga de innumerables pinchazos con hormonas. No saben cuántas se dieron ya por vencidas ni cuánto una pregunta que a usted no le hace ni cosquillas las está llevando a un hueco depresivo.¡Basta de la preguntadera!

Más bien le pido que hoy eleve una oración o decrete que las mujeres que usted aprecia tengan un matrimonio sano y que sus deseos se cumplan ¿le parece? Son mis hormonas, es mi lucha y es mi fe.

Si desea compartir su experiencia y desafíos en la búsqueda de un bebé puede escribir a ellas@prensa.com