Mamá, esto es solo un pasatiempo, no pasará nada”, le dijo el adolescente Rolando* a su madre, la primera vez que la policía lo detuvo comprando marihuana. El padre de Rolando, y hoy ex esposo de Mercedes, fue quien la alertó de la detención.
“Es solo un pasatiempo”, le repetiría el hijo a la madre durante los siguientes 10 años. Mercedes Flores tiene hoy 83 años y la mitad de su vida ha lidiado con la adicción de su segundo hijo.
Liberación sexual, manifestaciones pacifistas, música psicodélica y la experimentación con nuevos narcóticos, caracterizaron la década de 1960. En esos años Rolando empezó a probar las drogas.
Adrián Almeida Santana, director nacional del centro de rehabilitación Remar, explica que las puertas de las drogas son el alcohol y el tabaco. Después, le sigue la marihuana, una sustancia que muchos jóvenes tildan de inofensiva. En una de las pausas de esta entrevista Mercedes trató de encontrar alguna foto de Rolando. No pudo. Recordó que su hijo, en un arranque de frustración por tantas recaídas, rompió todas.
La memoria de ella está clara para compartir su historia. Mientras juguetea, nerviosa, con sus dedos, narra que Rolando presenció la muerte de su hermana mayor, de 14 años de edad, en medio de un paseo familiar. Él tenía 13 años. Ella, entonces, centró su atención en su hijo menor, Rolando quedó en un segundo plano. Lo que hoy ve como un error.
Tras la muerte de su hermana, Rolando se tornó rebelde e inquieto. “Poco a poco perdí la paciencia, hasta el día que le dije una horrible frase”. Mirando la foto de su hija fallecida, la repitió: “¿Por qué no te moriste tú?”. Y agrega: “Rolando pudo ser mejor. Usted le pregunta algo de la Biblia, él se lo dice”.
Almeida, el director del centro Remar, tiene 20 años de conocer a la familia. Sabe que la culpa que agobia a doña Mercedes es aprovechada por los adictos para manipular. “Si tengo una mamá a la que manipulo para que me deje comprar droga y me deje consumirla, es más fácil”, expresa el psiquiatra Carlos Smith, director del Instituto de Salud Mental.
Con las paredes y la vida arruinada
40 años con un hijo adicto
Pasó la década de 1960 y el consumo de marihuana se convirtió en un estilo de vida que llevaría a Rolando a otras drogas.
Paredes picadas, puertas descompuestas, un cuarto prácticamente vacío son parte de los daños que la casa de la familia sufrió a lo largo de 40 años de adicción. Desaparecieron los artefactos eléctricos, el dinero y las cerámicas. Rolando acabó con lo que había y sumió en deudas a su madre. Hubo un tiempo en que ella llegaba a casa a ver cuál era el objeto que se había llevado.
Él era contador público; sin embargo, nunca mantuvo un trabajo fijo. Entró y salió de centros de rehabilitación en Panamá y el exterior.
Sóstenes Cabrera, director nacional del centro de rehabilitación Remar en Costa Rica, también conoce a Rolando y a su madre. Cabrera describe a Rolando como el adicto que “la tuvo fácil”. No se vio en la necesidad de estar en la calle. Se mantuvo en casa, independientemente de los daños que causara.
“Yo lo llevaba a comprar la droga. Claro, claro que lo llevaba y le daba la plata”, cuenta Mercedes y el rostro se le endurece al decirlo. “Nadie de mi familia lo supo, por eso no quiero que sepan mi nombre. Lo hacía para evitar que le hicieran un daño”, agrega. Ella lo llevaba en carro y le daba $10.00 dólares diarios.
“Tenía miedo que le lastimaran porque ven que es un muchacho que no es de esa área”, se justificó. —Después que llevaba a su hijo a comprar droga, ¿Qué pasaba por su mente, qué sentía cuando él se encerraba por horas en el baño? “Yo no pensaba en nada, ese era mi mundo. Mi trabajo me reconfortaba, cuando llegaba a casa me sentaba a esperar a que me pidiera plata”, contestó, mientras miraba la foto de su hija fallecida, recostada al fondo de la sala. “A mí, la verdad, me importa un rábano”, lo que piense la gente sobre la decisión de comprarle droga a su hijo. “La que está sentada aquí es la que siente todo esto’.
Una hermana llegó a comentarle que su hijo la tenía arruinada. Ella le mandó a decir que no era de su incumbencia. Guardó silencio antes de decir que solo le dio dinero por año y medio.
‘Soy drogadicto, no estúpido’
Pocos rastros dejaba Rolando de su consumo, sin embargo su madre llegó a ver las pipas y otros utensilios. “Él limpiaba su cuarto, nunca lo dejó sucio, nunca una enfermedad. Él me decía que era drogadicto pero no estúpido”, recordó con seriedad y hasta cierto grado de resignación.
La adicción es una enfermedad que afecta al sistema familiar, apunta Smith, quien tiene más de 20 años de tratar adictos. Es muy común que los familiares; en este caso la madre, esté enferma de codependencia mientras que su hijo sea cada vez más dependiente de la droga.
40 años con un hijo adicto
Por su parte, Almeida Santana, de Remar, ha visto a madres prostituirse para conseguirle la droga a sus hijos. Además de destruir la vida del adicto, las drogas perjudican a los más cercanos.
Cuando Rolando tenía alrededor de 30 años conoció a una mujer menor que él. Tuvieron un hijo y ocho años después, una niña. Hizo una pausa del consumo. Pero cuando la pareja se separó, el nieto pasó a vivir con doña Mercedes. La niña se quedó con la madre.
“Rolandito”, el hijo menor del adicto creció con la imagen de su papá drogado. Doña Mercedes, quien lo crió, afirmó con cierta satisfacción y orgullo, que su nieto siempre ha querido a su papá y hoy es un hombre exitoso, sin malos hábitos.
Sobre este aspecto, el psiquiatra Carlos Smith afirma que más que una persona exitosa, este hombre es un sobreviviente, un joven que de seguro no fue feliz de ver a su papá activo en la adicción. El especialista recomienda que estos niños reciban terapia profesional. La ayuda les permitirá entender que esta situación no es normal ni sana.
En varios momentos de la entrevista doña Mercedes decía con orgullo que trabajó hasta avanzados los 70 años de edad. Con la mirada en alto expresaba que siempre fue una mujer luchadora que amaba desempeñarse en diversos roles; sin embargo nunca indicó porqué trabajó tanto.
La respuesta la dio Adrián Almeida Santana: “La señora Mercedes trabajó para tener un buen estilo de vida, un plan de jubilación y no pudo; tuvo que laborar hasta muy anciana para ayudar a su nieto y cubrir sus deudas producto de la adicción de Rolando”, reveló Almeida.
Tantos años de adicción destrozaron las finanzas de Mercedes, agregó el director de Remar.
40 años con un hijo adicto
Hace 20 años doña Mercedes se mudó con su nieto a Remar, allí estuvieron durante un año. “Ella necesitaba un soporte emocional y espiritual. Ya no podía seguir viviendo en su casa, dejó a Rolando y se fue”, contó Almeida Santana.
Ella era como la abuelita de la casa; pero nunca dejó de trabajar, pese a que tenía un techo seguro, debía velar por su nieto, “para ese tiempo trabajaba en un cine”. Durante ese año, su hijo menor se encontraba estudiando en el exterior. En la casa ya no quedaban ni verjas porque su hijo las vendió para comprar más crack.
Si el enfermo no quiere rehabilitarse se recomienda que no se mantenga en la casa, por muy duro que sea. Los expertos aseguran que es lo más sano para el hogar. Almeida Santana y Smith destacan que echar a un pariente adicto de la morada es difícil, pero con el tiempo es menos contaminante para la familia.
“Me tuve que ir a vivir a Remar porque no aguantaba más, yo me debí quedar y él haberse ido”, dijo molesta. No obstante, recordó cuando le pidió a su hijo que no regresara a la casa luego de haber culminado una de sus rehabilitaciones. El hijo recayó y ella se sintió responsable. “Una madre debe apoyar a su hijo”, reflexionó.
Ya adulto y consciente de la situación en la que estaba sumida su abuela, Rolandito llegó a tener “encontrones” con su papá. Mercedes cuenta que hace tres años su nieto echó a su padre de la casa; quería defenderla y estaba cansado de los robos.
Adrián Santana apunta que una de las características más comunes de los adictos es la impaciencia, son personas que tan pronto terminan el proceso de rehabilitación suelen hacer planes y al no poder concretarlos rápidamente se frustran y tienden a recaer. “No puedes hacer en tres meses, lo que no has hecho en 40”, sentencia.
Tanto su madre, como Cabrera y Almeida, coinciden en que Rolando es un hombre inteligente, culto, atractivo y mujeriego. Rolando se enamora y se obsesiona con la idea de formar una familia y conseguir trabajo y casa. Una vez lo expulsaron de un centro de rehabilitación extranjero por establecer una relación con una de las trabajadoras.
El psiquiatra Carlos Smith indica que aunque esté rehabilitado, el adicto mantiene una “memoria placentera de la actividad adictiva”. Es decir, siempre tendrá presente la sensación de goce y satisfacción que provoca lo ilícito. Smith reitera: “No hay curación; hay recuperación de la dignidad, capacidad de manejar situaciones difíciles, capacidad de amar”, explica.
La recuperación es un proceso de limpieza mental, física, espiritual y psicológica, y es necesario que la persona siga cuidándose. “Debe tener un médico de cabecera, reintegrarse a su iglesia, establecer amistades sanas y alejarse de lo que lo liga a la droga”.
Por su parte, el sociólogo Gilberto Toro indica que el paso más importante para tratar una adicción es que quien la padece, reconozca que tiene un problema que él mismo debe resolver. Rolando ya tiene 58 años y se encuentra en un centro de rehabilitación de un país centroamericano. Su madre invirtió 800 dólares en este nuevo intento. Mercedes antes lo ha enviado a centros de rehabilitación en Argentina, Chile, Costa Rica, Ecuador y España.
Con esperanza comenta que después de mucho tiempo, su hijo le dijo, durante una llamada telefónica, que la quería mucho. Ella vive hoy con su nieto. Su hijo menor es un profesional que siempre está pendiente de ella, comenta.
Ahora cuenta los días para el regreso de su hijo. La casa está siendo reparada. La morada sigue en pie, así como la fe de esta madre. Mantiene la esperanza y sueña despierta con un final feliz: ver a su hijo curado antes de cerrar sus ojos para siempre.
*Los nombres han sido cambiados
Un placer incomparable y luego la nada
Carlos Algandona conoce a Rolando. Él adicto por 30 años. Hoy está rehabilitado. Hubo un tiempo en que su suegra le permitía consumir drogas en el apartamento, para evitar que le hicieran daño en la calle. Consumió varias sustancias; pero resalta el ‘crack’ o piedra, la droga de los pobres. Él, como Rolando, usaba el cuarto de baño. Y describe así la experiencia.
“El adicto entra al baño y se encierra. En la penumbra, con delicadeza, sostiene la pipa cargada de ‘crack’ y el encendedor. El ritmo cardíaco se le acelera. Enciende el mechero y aspira con todas sus fuerzas, hasta que sus pulmones no dan más. Mientras absorbe, ve cómo la droga, convertida en un ardiente tizón, se reduce más y más, y se desespera por consumir. Se apodera de su cuerpo una explosión anímica; una euforia que lo llena de un gran placer, pero fugaz. Termina perdido, anhelado la próxima dosis “.
El crack es un derivado de la cocaína. Su efecto engancha rápidamente. Si un gramo de cocaína se puede conseguir por 15 dólares, la piedra puede costar un dólar.