Hace pocos días me visitó en la clínica Mariana, una niña de tres años, cariñosa, extrovertida y risueña.
Como la gran mayoría de los niños de su edad, a Mariana no le gusta comer vegetales, y las únicas frutas que prueba son bananas y manzanas.
Si bien se queda dormida en su cuarto, algunas noches se pasa a la habitación de sus papás para dormir con ellos. Disfruta jugar al aire libre, mirar los pájaros y correr junto a otros niños. También le encanta escuchar cuentos, cantar y bailar, jugar con masilla y pintar usando crayola, pinceles o sus propias manos.
Durante la consulta sus papás me contaron que hace cuatro meses comenzó en el jardín de niños; prefieren mandarla a la escuela que dejarla en la casa mientras ellos trabajan. Me dijeron, además, que estaban preocupados porque la maestra de Mariana les comentó que la niña tiene dificultades para diferenciar letras de números, agarrar correctamente el lápiz y para escribir su nombre.
Consternados me preguntaron si Mariana podría superar este problema sola, o si había algo que podían hacer para ayudarla. Les expliqué que no hay nada de qué preocuparse respecto al desarrollo motor de su hija considerando que las “dificultades” que atraviesa son esperadas para un niño de su edad.
Es más, no son ni dificultades, ya que lo que aquella maestra califica como un problema es, en realidad, totalmente normal para un niño que recién se encuentra descubriendo y desarrollando sus habilidades motoras. Ella está ejercitando tanto el control muscular como la concentración que necesita para dominar muchos movimientos de precisión con sus dedos y sus manos.
Seguramente no hace mucho comenzó a mover cada uno de sus dedos independientemente, lo que le permite un buen agarre del lápiz (sostenerlo entre el pulgar de un lado y el resto de los dedos del otro, en lugar de tomarlo en su puño) para hacer un dibujo.
Recién ahora será capaz de copiar un círculo, una cruz o hacer garabatos libremente, por lo cual pedirle que escriba su nombre completo es pedirle más de lo que en este momento puede dar.
‘Una tendencia educativa’
Me atrevo a decir que los padres de Mariana no son los únicos que han recibido información similar acerca del desarrollo de sus hijos, ni los únicos que se han visto preocupados por tales noticias. Lo que esta situación denota para mí es que existe una tendencia educativa que quizá le está pidiendo a los pequeños un poco más de lo que son capaces de dar, considerando su nivel de desarrollo.
Quisiera aprovechar este ejemplo para hacer un llamado a los adultos que definen los objetivos de aprendizaje de los niños, a que tengan en cuenta que el desarrollo infantil es un proceso continuo que va desde la concepción de un bebé hasta su madurez.
‘Mi hija de tres años aún no escribe’
Si bien mantiene una secuencia similar en todos los niños, ocurre con un ritmo variable. En otras palabras, es casi imposible predecir exactamente cuándo o cómo un niño va a perfeccionar una destreza determinada; lo crucial durante este proceso es asegurar un ambiente de apoyo y cariño que propicie al niño a desenvolverse y desarrollarse exitosamente, pero a su propio paso.
Para que un niño alcance una determinada destreza, debe haber adquirido antes la maduración de diferentes estructuras que le permitan lograrlo. También requiere de una maestra con paciencia para enseñarle y unos papás involucrados en el proceso de aprendizaje, de manera que, si no alcanzan las horas de escuela, en casa se siga trabajando para favorecer la adquisición de ciertas pautas.
Otro detalle que les mencioné a los papás de Mariana es que es fundamental que los padres no solo nos preocupemos si nuestros hijos han alcanzado o no algún hito del neurodesarrollo, sino que también nos ocupemos en dedicar tiempo para realizar actividades que ayuden a mejorar sus destrezas.
En el caso de Mariana, les aconsejé a realizar actividades como armar rompecabezas de cuatro o cinco piezas grandes, hilar cuentas grandes de madera o plástico, colorear con crayones o tiza, o vestir y desvestir muñecas en ropa con cremalleras grandes, broches y cordones.
Por último, les compartí que tanto mi esposo como yo esperamos que el colegio de mi hija de dos años la ayude a manejar sus emociones y mejorar sus habilidades sociales (como, por ejemplo, aprender a esperar su turno o compartir con sus compañeros), y que la ayuden a sentirse segura y protegida en el sitio donde pasa cuatro horas de su día, más allá de aprender a escribir su nombre o a diferenciar letras de números a los tres años de vida.
Por supuesto, es importante que mi hija aprenda y desarrolle estas habilidades, pero más importante para nosotros es que lo consiga a su tiempo, sin comprometer otros aspectos de mayor peso a la edad que actualmente tiene.
Es un hecho que la educación de nuestros hijos comienza en casa y continúa en el colegio. Por esta razón, los padres debemos siempre jugar un rol activo en el centro educativo que elegimos para nuestros hijos, y que el mismo propicie una comunicación abierta con los maestros. Al fin y al cabo, son ellos los que reciben una gran responsabilidad al volverse un agente educativo de un niño, y es importante que, al reconocer esta responsabilidad, involucren constantemente a los padres en el proceso.
Debemos trabajar en equipo, tanto padres como maestros, para que los niños disfruten del aprendizaje, pero también de su niñez sin pedirles más de lo que su madurez les permite.