“Joven, ¿a qué hora traen a mi bebé?”, le pregunté a la enfermera enseguida ingresé a mi habitación. “Mañana a las 8:00 a.m.”, me respondió tajante. Habían pasado cuatro horas de mi cesárea y desde entonces no lo había visto. Me había preparado mentalmente en todo mi embarazo para darle lactancia materna exclusiva y había leído que las primeras horas desde su nacimiento eran cruciales para garantizarlo.
Si esperaba hasta la mañana siguiente para tenerlo en brazos le hubieran dado fórmula como primer alimento. Insistí: “Joven, es que quiero darle exclusivamente pecho a mi bebé”. La enfermera reaccionó, tomó el teléfono y llamó al cuarto de niños. Treinta minutos después otra enfermera trajo a mi bebé. Me lo puso en brazos y me dio algunas indicaciones de cómo darle pecho. Era mi primera vez. Me sugirió que le acercara el pezón a su nariz y que poco a poco lo bajara hasta su boca. Después de algunos intentos, él lo tomó. Estaba dormido.
“Mi bebé no está comiendo”, fue mi primer pensamiento, que provocó unas cuantas lágrimas de culpa.
Al segundo día, el bebé tuvo que pasar la noche en el cuarto de niños. Tenía la bilirrubina alta. Iba a estar ahí varias horas, así que yo tenía dos opciones: ordeñarme o que le dieran fórmula.
Con toda la voluntad del mundo fui a la sala de ordeño del hospital. Una enfermera me orientó para utilizar los ordeñadores eléctricos. Uno en cada seno. 20 minutos más tarde regresó. No había ni una gota de leche. “Mi bebé no está comiendo”, fue mi primer pensamiento, que provocó unas cuantas lágrimas de culpa. Alrededor del succionador había una especie de secreción de color amarillo. Le comenté a la enfermera que llevaba dos días dándole solo pecho a mi bebé; si no me salió nada, entonces no se estaba alimentando.
“Él sí está comiendo”, me consoló. Lo que había visto en los ordeñadores era el calostro, unas gotitas que preparan al bebé para recibir la leche madura. Es como una primera vacuna que lo protege.
Con los días el bebé se convirtió en un reloj. Cada dos horas pedía comida. En casa, cuando él comía y finalmente se dormía, me debatía entre dormir, comer, bañarme u ordeñarme. No me daba tiempo de nada; le pertenecía exclusivamente a él.
Cuando cumplió un mes la frecuencia de amamantarlo bajó un poco. Yo pronto volvería a trabajar y si quería seguir con mi meta de lactancia exclusiva (por lo menos los primeros seis meses como lo recomienda la Organización Mundial de la Salud) debía comenzar a hacer mi banco de leche. Un día comencé a ordeñarme ¡y no hice ni una onza! Me alarmé de nuevo: “¿cómo podré guardar su alimento si aún no me sale a cantidad?”.
Comprometerme con la lactancia ha sido como escalar el monte Everest. Requiere de mucho tiempo, esfuerzo y paciencia.
Preocupada, contacté a la Liga de la Leche en Panamá, un grupo de mamás que brinda asesoría gratuita a otras que comienzan con esta aventura. Me explicaron que mi producción aumentaría a medida que me fuera ordeñando.
Me extraía leche cada vez que podía, incluso en las madrugadas. A los tres meses de mi bebé, volví a trabajar. A la semana, el pequeño banco de leche casero casi se acababa. Me había tomado dos fines de semana para descansar, y me di cuenta de que estos días eran esenciales para mantener la producción. También aprendí a hacer una mejor distribución.
Entre semana me ordeñaba a media mañana en el trabajo, en hora de almuerzo iba a la casa a amamantarlo, y en el trabajo me ordeñaba de nuevo a media tarde. Mi bebé tomaba 12 onzas al día, y yo apenas producía tres cada vez que me ordeñaba, así que matemáticamente necesitaba producir los fines de semana.
Usar el ordeñador ha sido para mí lo más difícil. El aparato solo extrae el 50% o menos de tu producción real. El bebé succiona más. Comprometerme con la lactancia ha sido como escalar el monte Everest. Requiere de mucho tiempo, esfuerzo y paciencia. En mi caso a renunciar a salidas de noche para conservar algunas onzas de mi banco casero para cuando estoy en el trabajo. Tuve que priorizar y organizarme mejor.
Hoy mi bebé cumple ocho meses y hasta los seis fue alimentado solo con leche materna. Ya le introducimos sólidos, pero su principal alimento sigue siendo el pecho de mamá.