De adolescente Raquel* no tenía ningún vicio. Pero de haber fumado, el olor a cigarrillo de seguro la hubiera delatado. Hasta hace unos años, ella misma -ya madre de adolescentes-, hacía que sus hijos le avisaran cuando llegaban a casa de sus salidas con amigos. Y cuando la saludaban, disimuladamente los olfateaba para ver si detectaba el aroma ofensor. Si podía, incluso palpaba sus bolsillos en busca de alguna cajita o cigarrillo. Habiendo crecido en una casa de fumadores, y tras haberse casado con uno, sabía lo difícil que es dejar ese hábito. Por eso siempre le repite a sus hijos que, la mejor forma de dejar el vicio, es no empezar en primer lugar.
Pero eso se ha vuelto un reto. A pesar de que la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) no aprueba los cigarrillos electrónicos como una ayuda para dejar de fumar, y tomando en cuenta que los estudios para investigar si son menos peligrosos que los convencionales no han sido concluyentes, igual se popularizaron con este fin entre los adultos. No tardó mucho en llegar a manos de los adolescentes, y algunos tan jóvenes como 13 años ya han empezado a vapear, seducidos, entre otras cosas, por los tentadores sabores.
Según el doctor Xavier Sáez-Llorens, aunque no hay cifras en Panamá, “el vaping parece ir en aumento, particularmente en escuelas privadas, según información de padres, directores de colegios y los propios adolescentes”. De hecho, esta situación está fuera de control en varios colegios, en que los alumnos fuman sin reparo en los buses, baños y hasta salones.
Los dispositivos, que funcionan a batería, pueden tener cartuchos desechables, conocidos como pods, o un tanque recargable que contiene el jugo electrónico. El aparato calienta la solución y la convierte en un vapor que se puede inhalar. Aunque por lo general es de nicotina y glicerina vegetal, el líquido puede contener sustancias nocivas como carcinógenos, químicos tóxicos y THC, el ingrediente psicoactivo de la marihuana.
El olor a nicotina es cosa del pasado: los pods contienen saborizantes que lo disfrazan. Además, el vapor es imperceptible, comparado con el humo del cigarrillo convencional. Y para dificultar el panorama un poco más, parecen bolígrafos y memorias USB. Algunos son tan delgados que hay chicos que incluso los esconden en su billetera. Otros los usan, indetectables, en sus propios cuartos en la casa.
Voces de alarma
Lo que el humo se llevó
A mediados de este año, los departamentos de salud estatales en Estados Unidos reportaron más de 200 posibles casos de enfermedades pulmonares graves asociadas con el uso de los artefactos para vapear. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades recomendaron que se dejaran de usar mientras se investigaban las causas.
El doctor J. Taylor Hays, director del Centro para Dependencia a la Nicotina de Mayo Clinic, en Rochester, Estados Unidos, considera importante aclarar que, contrario a lo que muchos jóvenes alegan –sobre todo cuando son confrontados por sus padres-, no se inhala un simple vapor de agua saborizado. Incluso sin nicotina, puede ser peligroso vapear. “Las sustancias químicas se alteran de su estado original, porque la solución se calienta a altas temperaturas”, explica. Por eso, si bien no se considera nocivo ingerir saborizantes como la canela y vehículos como la glicerina vegetal, “los pulmones nunca deben inhalar nada, excepto aire”, acota el galeno.
Por su parte, Sáez-Llorens manifiesta que la enorme cantidad de químicos que poseen los cigarrillos es más dañino para los pulmones. Pero lo que hace potencialmente más peligroso el vapeo es que las concentraciones de nicotina por cartucho son muy superiores a las del cigarrillo. Algunos contienen una forma concentrada llamada sal de nicotina. Un cartucho que contiene un 5% de sal de nicotina puede tener tanto como 30 a 50 miligramos de nicotina, el equivalente a lo que se encuentra en uno a tres paquetes de cigarrillos, según elaboran los expertos de Mayo Clinic.
Además, hay un riesgo adicional de que el vaporizador sea llenado con cualquier sustancia líquida, como derivados de marihuana y otras drogas duras. “La adicción que provoca el vaping (por nicotina y canabinoides) en adolescentes, no solo puede lesionar el pulmón, sino las encías, vasos sanguíneos y el cerebro, todavía en desarrollo”, afirma Sáez-Llorens.
‘Se sentía cool’
“Aunque no lo admitan, la razón principal para empezar a fumar es ser cool”, reconoce un joven que pidió reserva de su nombre. “Aunque nadie de tus amigos lo haga, te vas a sentir atraído a probarlo. Tener mi device en la mano se sentía rico y fumar me daba placer. Cuando te das cuenta, ya estás adicto”.
En teoría, las leyes de Panamá prohíben la venta y distribución de los cigarrillos electrónicos. “El Minsa tiene regulaciones estrictas sobre este asunto”, asegura Xáez-Llorens. Pero para los jóvenes eso no es un impedimento.
“En Estados Unidos se vende, obviamente a mayores de 21 años”, detalla nuestro entrevistado. “Pero hay gente que, de alguna manera, logra traerlo a Panamá y lo venden. Hasta en Instagram. El primero que yo compré fue un starter pack del dispositivo con cuatro pods. Me costó $75 hace un año. Ahora consigues el device y una semana de vapor por menos de $40 y hay mucha variedad de sabores”.
La mayoría de las veces los padres ni se enteran. Estos dispositivos pueden ser compartidos o prestados, no dejan olor ni rastro. “Así como tienes tu celular en un bolsillo, tienes tu juul en otro”.
Sin embargo, al cabo de un tiempo la sensación de disfrute fue reemplazada por dolores de cabeza recurrentes y malestar. “Llegó un punto en que ya fumaba todo el día por adicción, no por placer”, reconoce. “Me dejaba dumpeado y sin ganas de hacer nada”. Hace unos meses, al ver los alarmantes titulares, decidió dejar de fumar. Admite que fue extremadamente difícil, pero fue de los afortunados. Hoy día hay reportes de menores de edad que recurren a parches para tratar de combatir el vicio.