Luego del divorcio mi intención siempre fue darme un tiempo para sanar, descubrirme y reevaluar mis metas. Pero ocurrieron dos cosas: aparecieron pretendientes que no sabía que existían y mis amigas empezaron a tentarme para que entrara al maravilloso mundo de las app para citas.
¿Tinder? ¿Qué es eso? A mis casi 40 años no sabía qué era ni para qué servía, pero descubrí que existen redes sociales para “buscar” a la persona indicada con quien salir. Después de pensármelo unos días, me atreví a crear mi perfil. Mi objetivo siempre fue solo pasar un rato de mi tiempo libre chateando con otros, y la verdad es que no creía que me llegara a sentir en confianza para aceptarle una cita a alguien que solo conocía de tres fotos.
Recibí más de 100 mensajes, de los cuales el 90% era algo como: “Hola, ¿cómo estás preciosa?, ¿qué buscas por aquí?”. Luego de varias semanas, y cuando ya mi interés (y esperanza) se habían desvanecido, hubo alguien que brilló entre tantos cuentos y conversaciones. Sí, se que suena a cliché, pero me atrajo su conversación inteligente y su interés en conocer realmente a la mujer detrás del teléfono.
Luego de conversar por un mes decidí aceptarle una cita, por supuesto, bajo mis reglas. Yo iba a elegir el lugar y la hora, y mis amigas estaban muy pendientes y con todos los datos del susodicho por si yo llegara a necesitar un “rescate 911”.
La salida no me decepcionó; la pasé muy bien, llenó todas mis expectativas y sí… se parecía al man de la foto. Después de ese primer encuentro hubo más interés por ver qué nos deparaba el futuro, pero sin presiones por ambas partes. Los dos teníamos claro que solo buscábamos compañía y apoyo. Salimos por un año y realmente puedo decir que se creó un lazo muy fuerte de amistad. En ese tiempo varias veces él me propuso formalizar nuestra relación, pero fui yo la que no quiso. ¿Por qué? Por miedo a enamorarme y comprometer el corazón. Siento que aún no estoy lista.
Hace unos meses a este encantador ser le propusieron un puesto de gerente en otro país y, por supuesto, aceptó. Nos despedimos y cada quien se quedó con lo mejor de la experiencia. La amistad continúa desde lejos; de vez en cuando nos escribimos para saber del otro.
No me arrepiento de aquel like que intercambiamos esa tarde y que me llevó a vivir y sentir cosas que estaban pendientes por descubrir.
Aunque sabía que él no era la persona predeterminada para tener una relación formal en este momento, estoy totalmente segura de que tenía un propósito en mi vida. Me enseñó que aún soy valiosa y que puedo ser atractiva en todo sentido para otros hombres.
No sé si lo vuelva a ver, pero siempre lo recordaré como aquel ser que elevó mi seguridad, mi autoestima y que me hizo sentir bonita, aún después del rechazo que marcó mi pasado. Esa era su misión en mi vida.