En la película Operation Mincemeat hay una escena en que Ewen Montagu dice que el verdadero tributo es para su esposa Iris porque “Iris es más sabia que Salomón, más fuerte que Sansón y más paciente que Job”. Tuve por fuerza que esbozar una sonrisa porque me pareció que, sin lugar a duda, casi todas las esposas del mundo son “Iris”. ¿Si o no? Por lo menos casi todas las que yo conozco lo son.

Pónganse a pensar, si las esposas no tuvieran esas tres cualidades habría más matrimonios fracasados que los que listan las estadísticas. Porque llevar un hogar a cuestas no es relajo. Lidiar con marido, hijos, perros, gatos, cocinera, electricista, jardinero, suegros, abuelos, en fin, la cosa no es fácil.

Me quedé deliberando Internamente sobre cuál sería más importante tener. Me costó decidirme. Inicialmente pensé que sería la fortaleza pues uno enfrenta tantas situaciones difíciles, física y emocionalmente, que se requiere mucho músculo para superarlas con éxito. Que si el niño se rompió la pierna y hay que cargarlo hasta el carro para llevarlo al hospital, que se cortó y hay que amarrarle un torniquete, que si el marido se deprimió porque lo liquidaron en la empresa y la abuela salió para la tienda de la esquina y no supo regresar a casa. Cosas que ocurren con frecuencia en muchos hogares.

Sin embargo, luego de ese impulso inicial sentí que ser fuerte no es suficiente si uno no tiene la sabiduría que se requiere para saber cuanta fuerza es necesaria para cada evento.

Uno debe poder pensar, o más bien descifrar, cuándo y hasta dónde aplicarla para resolver sin hacer daño. Porque no hay que engañarse, fuerza mal utilizada daña más de lo que arregla.

Subí sabiduría al primer lugar porque además de servir para comprender los misterios detrás de la fortaleza nos ayuda a comprender todos los misterios de la vida, que son muchos.

La vida en general sería un soberano enredo en todos los sentidos sin sabiduría. Es más, sería un caos total. No sé por qué, pero me encanta la palabra caos. No lo que implica, solo como suena. No tanto como regaliz, que por sonido podría ser mi favorita, pero igual me gusta.

¿Y qué hacer con paciencia? No la podía dejar por fuera. Sobre todo cuando llegaron a mi mente escenas “de antaño” (porque mis hijos ya son todos unos viejos) del reguero de pelaítos todos hablando a la vez, uno pidiendo que se le sirviera un vaso de agua, otro llorando por una picada casi invisible que tenía en un lugar invisible de su cuerpo, el de más allá lloriqueando desesperado porque no encontraba el lápiz rojo, la chiquita pellizcando al grande… y el marido preguntando “¿en esta casa no se come hoy?

¿Saben qué? No me pude decidir. Cada vez que escogía una, venía otra empujando para quitarle el puesto. Entonces decidí que con la sabiduría de Salomón, la fortaleza de Sansón y la paciencia de Job iba a dirigir mi vista a todas las Iris y sencillamente decirles ¡chapeaux! Son la bomba.