“Quiero volver”, me dijo mi ex esposo hace unas semanas, luego de estar dos años separados. Y en un segundo reviví recuerdos amargos de mi dolor y suplica cuando le pedía que por favor no nos abandonara. Vi las lágrimas de mis hijas, que no entendían por qué su padre, de la nada, había decidido irse de la casa con una mujer que acababa de conocer.
También recordé todas esas palabras que me dijeron en su momento: “Ellos siempre vuelven, porque hay una esposa que los recoge y les perdona todo”, “Si les va mal, vuelven. Si no, nunca lo hacen”, “Una esposa debe perdonar; lo importante es mantener a la familia unida”.
Y mientras iba teniendo este flash de memorias, una frase suya me detuvo en seco: “Pero, quiero aclararte que no voy a volver como pareja; yo sigo con ella. Vuelvo porque sé que mis hijas me necesitan. Me instalaré en la sala y dormiré en el sillón”.
Esta propuesta no era una sorpresa para mí; en estos últimos años él me había demostrado la clase de hombre que realmente era. Yo sabía su verdadero motivo: estaba económicamente arruinado y ya no podía pagar el apartamento donde vivía, ni tampoco tenía para lujos.
Esperé dos años para decirle: “No, lo siento pero no. Tú me dejaste quebrada en mil pedazos con mi autoestima por el piso. Nuestras hijas pasaron hambre y todo tipo de necesidades. Tuve que levantarme de la nada con el corazón desecho. Ahora tengo una estabilidad emocional, económica y física que me cuesta mucho mantener y no voy a permitir que nadie me la quite. Las niñas se acostumbraron a vivir sin ti en casa. Ya no te extrañamos. Puedes ser un buen padre aunque no vivas aquí. No voy a distorsionarles a nuestras hijas la imagen de lo que es ser una familia, viendo cómo sus padres viven en la misma casa, pero no están juntos. Lo siento pero no”.
Me miró sorprendido y tartamudeando me contestó: “Bueno, que te quede claro que eres la responsable de que nuestras niñas no tengan una familia. Les niegas el derecho de tener un padre en casa”.
No aguanté la risa, porque esta frase me la decía la persona a la que le importaron más tres meses de romance, que una familia con la que llevaba seis años. Me lo decía la persona que prefería gastar cientos de dólares al mes en regalos para su amante, que pagar una manutención.
Desde aquel día, aprovecha cada vez que puede para insinuarme que soy la culpable de que ahora no estemos juntos. Obviamente, él no conoce el significado del amor propio, la autoestima, dignidad y respeto. Estoy atenta de las cosas que pueda decirles a las niñas; sé que por venganza va a tratar de dañar mi imagen frente a ellas y empezará su campaña de víctima.
Me humillé tanto pidiéndole que no se fuera hace dos años, que él estaba seguro de que cuando quisiera iba a poder volver. Lo que no sabía era que el dolor había sacado una mejor versión de mí: una mujer que se dio cuenta de que hay un mundo más allá de las cuatro paredes de una casa, que es inteligente y capaz de empezar de cero. Sin miedo a decir no a todas las situaciones tóxicas que me rodean y sí a las nuevas oportunidades de la vida.