Conocí a mi exesposo el mismo día que empecé a trabajar como ejecutiva comercial en una agencia de venta de autos. Él también era nuevo y ejercía el mismo puesto en la empresa. Lo que empezó como una amistad entre compañeros, se convirtió a los meses en un noviazgo a escondidas.
Dos años después ya sentíamos que estábamos listos para casarnos, pero sabíamos que si en la agencia se enteraban, perderíamos nuestros empleos. Así que empecé a buscar trabajo en otras compañías con la esperanza de que algo mejor saliera. Un tiempo después se me cumplió el sueño y me contrataron como supervisora de ventas y con un mejor salario en una empresa muy sólida del país. Con este ascenso vinieron más responsabilidades, pero yo estaba tan feliz que me esmeré por aprender y aprovechar la oportunidad. Tres años después pasé de supervisora a gerente de sucursal, me duplicaron el salario y nuestra economía familiar realmente era muy buena.
En el mismo momento en que quedé embarazada de mi primer bebé, a mi esposo lo despidieron. Y allí fue que él cambió por completo. Con solo mi salario teníamos para seguir viviendo cómodamente, pero atender los asuntos del puesto requería mucho tiempo extra. No tenía hora de salida y viajaba mucho por el país.
Él se volvió sumamente celoso, me llamaba al trabajo hasta cinco veces al día para ver si de verdad estaba allí. Varias veces se me aparecía afuera de la oficina para “confirmar” que yo no estuviera saliendo con más nadie. Cada vez que podía me decía que era una humillación para él que estuviera desempleado y que yo fuera la que pagara todo en casa. La gota que derramó el vaso fue una vez que teníamos un congreso en el interior del país y allá se me apareció. Nació la bebé y las cosas empeoraron; él aún no conseguía empleo.
Sus comentarios hirientes eran diarios y siempre trataba de hacerme sentir mal por yo haber escalado profesionalmente y él no.
El día que me levantó la mano con la intención de pegarme, le dije ya no más. Contraté a un abogado e inicié el trámite del divorcio. Por supuesto que no accedió a firmar un mutuo acuerdo y tuvimos que ir a juicio. Como seguía desempleado, tampoco quería dar nada para manutención. Yo entendía eso, pero lo que me molestaba era que no hiciera nada por intentarlo.
Un año después ya estaba desgastada emocionalmente y accedí a reunirme con él a solas. ¿Qué quieres para que me firmes el divorcio de una manera rápida?, le pregunté. Dinero y uno de los autos, me contestó. Y así fue como me pude liberar de él. No fue justo y se salió con la suya, pero yo quería ser libre de una vez por todas.
Han pasado cinco años y nuestra relación sigue siendo muy mala. Sigo con toda la carga de los gastos de nuestra hija y él se convirtió en un personaje que solo llega a su vida para ciertos momentos especiales.
Ha sido muy duro, pero la sensación de paz que tengo en estos momentos no tiene precio. Vivo enfocada en darle una buena calidad de vida a mi hija, balanceando mi parte profesional con la maternidad a solas.