La parte agridulce de separarme fue tener que dar la noticia. Irónicamente, al igual que cuando me casé, tuve que hacer una lista dividida entre familia, amigos, compañeros de trabajo y vecinos; analizar y decidir a quién le informaba por teléfono, a quién por Whatsapp, a quién en persona, y a quién simplemente no iba a decirle nada.

Mi madre y mi abuela fueron las personas a las que más me costó decirles. Tuve que hacerlo por teléfono, ya que se encontraban lejos de mí. Quedaron impactadas, ya que por varios meses había fingido que todo estaba bien. Pero tengo que reconocer que su respuesta  fue serena y siempre con la mentalidad de que “vamos a salir de esto juntas”. 

Con mi hermana hice una cita para almorzar y prácticamente me tocó recogerla del piso cuando le dije: “Nos vamos a divorciar”. Si había una pareja por la cual ella metía la mano al fuego, era por nosotros. Me miró y me dijo: “Ok, oficialmente ya no creo en el amor”. Graciosamente, yo sí sigo creyendo en el amor, en la familia y en el matrimonio. Me volvería a casar, obviamente con una mayor madurez y otra perspectiva.

A mi círculo cero les avisé con una llamada telefónica. La sorpresa fue igual: nadie se lo esperaba. Para todos éramos el ejemplo de perfección en una pareja, nadie se imaginaba que yo llevaba meses sufriendo y llorando todos los días.

Entre mis amigas las reacciones variaron. Algunas me dieron sus palabras de aliento y apoyo; otras se pusieron a llorar conmigo. No entendían cómo la persona que ellas habían conocido como un ángel me estuviera haciendo tanto daño.

Hubo un par de personas a quien les avisé por Whatsapp y otras por correo. Aun después de todo este tiempo, hay personas a las cuales nunca les dije. Echar todo el cuento no es agradable. En actividades con los niños, mi exmarido y yo nos hemos encontrado a antiguos compañeros de trabajo, doctores o vecinos que nos saludan, sin imaginar que estamos felizmente divorciados.

Algo muy curioso fue darme cuenta de que las apariencias engañan y que, al igual que yo, hay un montón de personas con problemas que jamás imaginaría, ya que a la vista de todos son una pareja perfecta.

Más de una vez me tocó terminar de psicóloga y terapeuta cuando iba con la intención de contarle a alguien sobre mi separación. Algunas mujeres se habían ido de sus casas, cansadas de infidelidades o comportamientos irresponsables, pero luego decidieron volver para no perder a su familia. Que tal vecina le tiró la ropa a la calle al marido. Que a fulanita le pasó lo mismo y perdonó a Pepe tres veces. Que Pepe ahora le quiere quitar la casa.

Entonces descubres que no eres la única alma triste en ese momento y que cada quien tiene sus cuentos.

Aprendí que, cuando se cierra la puerta de una casa, nunca sabes lo que ocurre adentro. Los seres humanos tenemos la costumbre de anhelar o envidiar lo que a la vista parece perfecto, y se nos olvida que absolutamente todos nos montamos en una montaña rusa llamada vida que nos regala momentos buenos, felices, tristes y otros cargados de enseñanzas.