Recuerdo el día de mi matrimonio religioso, cuando frente a familiares y amigos el sacerdote nos dijo: “en la riqueza o la pobreza, en la enfermedad y en la salud… hasta que la muerte los separe”. Cuando sufres una decepción llamada infidelidad, piensas “hasta que la infidelidad los separe debería ser incluida también”.

Duele, por supuesto. La idea es permanecer juntos, enfrentando el mundo, hasta que alguno pase a un plano espiritual. Pero luego, boom, viene la decepción más grande que puede sufrir un matrimonio.

Egoístamente pensaba que yo era la única tratando de superar el dolor de una infidelidad, pero luego escuché a una amiga comentar que estaba pasando por lo mismo. Ahí me di cuenta de que lo único en común entre ella y yo es que decidimos tomar el control de nuestra vida. Hay quienes empiezan a encontrar el tiempo para ir al gimnasio, para salir con las amigas y tomarse esas copas de vino perdidas en los años previos, porque la prioridad era su familia.

Yo le estoy dando la oportunidad al marketing engañoso que me vendieron en esa ceremonia, porque al final esa persona, a pesar del dolor tan grande que provocó en mí, es quien estaba en la capilla del hospital rezando cuando me estaban realizando un examen médico; es la persona que me abraza de vuelta cuando voy con todas las ideas de cambiar el mundo y ninguna resulta; es el que, cuando las preocupaciones inundan mi cabeza, solo se sienta a mi lado y me reconforta.

¿Soy débil por aceptarlo de vuelta? Para algunos sí. Los que conocen mi historia están aún escépticos. Pero no soy débil; le estoy dando la oportunidad a los votos que leí en la ceremonia y a este emprendimiento llamado matrimonio, en donde ambos somos accionistas mayoritarios y nuestra mejor inversión son nuestros hijos.

Al sacerdote se lo olvidó agregar para ambos que si en algún momento la monotonía o la presión profesional o personal invadía la atmósfera de nuestra unión, la infidelidad no era una opción. Que ante las tentaciones hay que saber decir no. O simplemente ser lo más honestos posible y buscar nuevos caminos. También se le olvidó agregar que el placer momentáneo no te da la compañera para tus años dorados, donde aparecen todas las enfermedades típicas de la edad.

En esa ceremonia olvidaron decir que, aunque ocurra la infidelidad, vale la pena seguir luchando por tu familia. Con esto no quiero minimizar la infidelidad. El dolor que causa es muy grande, pero está en cada uno de los que hemos pasado por ella decidir cómo enfrentarla.

El sacerdote comentó que el amor todo lo puede; estoy de acuerdo. No es un sentimiento que enciendes o apagas como si fuera una lámpara; es uno que crece de manera diferente en las etapas que pasamos juntos.

Algunas que lean este escrito pensarán que soy cobarde; les respeto su opinión. Pero yo me considero más fuerte, resiliente y resistente porque en esa ceremonia me casé con la persona que elegí, la que no se asustó cuando tuve un momento difícil de salud, la que no salió corriendo cuando como padres enfrentamos retos de la vida. Yo lo elegí y durante esa ceremonia frente a familiares y amigos le di el “Sí, quiero”.