Los niños pequeños son las personitas más sinceras de este planeta y en ocasiones esa franqueza puede ser extremadamente dolorosa.
Hijo, aún recuerdo el día en que me preguntaste si es que no tenías papá, y todavía siento una puñalada en el corazón y un pesar inmenso.
Se me vino el mundo encima y pensé que de nuevo te había fallado; que tal vez fui un ser malvado, egoísta, que solo pensé en mí; que te arrebaté la oportunidad de crecer junto a tu papá; de que tuvieras una familia de verdad.
Lloré como una loca. No me imaginé que a tu corta edad pudieras pensar esto porque otros niños te dijeran que, si no vivías con tu papá en casa, era porque sencillamente no lo tenías.
Hoy te quiero contar, hijo mío, que siempre has sido y serás lo más importante para mí. Eres la gasolina de alto octanaje que impulsa día a día mi vida. Por eso fue que, cuando tomé esta decisión, que involucró a muchas personas que sin querer fueron arrastradas por la vorágine de sucesos que al final terminó en mi separación de tu padre, lo hice pensando en lo que sería mejor para ti. Yo quería que fueras un niño feliz, y para ser feliz tenías que verme a mí, tu madre, serlo no por cinco minutos, sino todos los días de mi vida.
No quería que crecieras en medio de gritos, discusiones y llantos. Tú te mereces algo mucho mejor que eso. Quería para ti un ambiente sano, que te forjara como un niño seguro de sí mismo, y que mañana seas un hombre de bien, que trate con amor y respeto a las mujeres. Mereces más que una familia totalmente disfuncional y unos padres que solo permanecían juntos por el gran amor que te tienen a ti.
Te puedo decir con total seguridad que sí tienes un papá, uno que te ama como un loco, a su manera, y que por muchas razones no está todos los días contigo, pero ese poquito de tiempo que pasa contigo lo quiere aprovechar al máximo.
Le encanta jugar contigo, adora todas tus historias de personajes y aventuras diarias, y daría lo que fuera por comprarle horas al día en esos momentos y extender su estadía contigo.