Una de las cosas más difíciles de mi separación fue dar la noticia a mi familia y amistades. Pero puedo decir que fui de las afortunadas que recibió mucho apoyo. Las frases: “Puedes contar conmigo” y “Estoy aquí para lo que necesites”, nunca faltaron.
Siempre he sido muy discreta con mis cosas, así que me refugié en mi círculo cero y en algunas nuevas amigas que llegaron en el momento en que más necesitaba desahogarme. Entre ellas, otra mamá que, al igual que yo, había dedicado los últimos años al cuidado de sus hijos y de su hogar. Al vivir cerca de mi casa, se convirtió muchas veces en la primera persona a quien le iba compartiendo el proceso de mi divorcio.
El día que me confirmaron la fecha exacta del juicio final, nos sugirieron que lleváramos dos testigos que pudieran dar testimonio de todo lo sucedido. En mi caso, alguien que confirmara que hubo abandono del hogar, y que diera fe de la condición económica y emocional que estábamos viviendo mis hijos y yo.
Conversé con aquella amiga y le pregunté si estaría dispuesta a testificar en mi favor. Me dijo que claro que sí y que contara con ella. Busqué el mismo apoyo en varios vecinos y amigos, ya que me faltaba otra persona, pero para mi sorpresa, nadie quiso ir. Algunos con la excusa de que les era difícil asistir y otros directamente me contestaron que no se querían “meter en eso”.
Unos días antes del juicio, hablé con mi amiga para reconfirmar que iba a ir, y para mi decepción, me contestó que ya no. Le pregunté por qué había cambiado de decisión. Su respuesta fue que su esposo le había prohibido hacerlo.
“¿Te lo prohibió?”, le pregunté con cara de asombro. Me dijo que ella tenía toda la intención de hacerlo, pero su esposo le había recomendado “no meterse en problemas de marido y mujer”, porque lo más seguro, yo lo volvería a aceptar. Así que era mejor no meterse en eso. Y ella no quería tener problemas con él.
Me fui a casa con la decepción a tope. Me senté en el sofá sin saber qué era lo que me tenía más triste: el hecho de que alguien pudiera pensar que, después de tanto dolor y humillación, yo fuera a volver con mi ex, la frase “uno no debe meterse en eso” o que una mujer no pudiera decidir por su cuenta.
Pensaba en todas las veces que sabemos que existe un abuso entre la familia, amistades o vecinos, y miramos hacia otro lado porque, si no me afecta, no me meto.
Gracias a Dios el último juicio se llevó pacíficamente y no fue necesario el uso de testigos. Pero aun después de todos estos meses, sigo pensando de qué nos vale estar casadas, si tenemos que pedir permiso para expresarnos y actuar. Prefiero ser libre y tener voz.