“Allí van el gallo y sus gallinas, pues”. Así se expresaba mi tía cuando le contaba de alguna salida con mi ex marido y su actual pareja. Y es que esa era la imagen que teníamos ante mi familia: no parecía gustarle a nadie nuestra manera de compartir y de relacionarnos.
Al resto del mundo le parecía inconcebible que yo pudiera salir con ellos como si fueran mis amigos. Pero al final, así quedamos.
No siempre había sido así. Después de ocho años de matrimonio y una hija de cuatro, nuestro matrimonio había llegado a su fin por diferencias varias.
Para mí fue muy doloroso no haber logrado permanecer casada por toda la vida con el hombre del que, en su momento, me había enamorado locamente y a quien yo misma le solicitaría después el divorcio. Sin embargo, al sentirme perdida y poco comprendida como mujer por mil razones, decidí que lo mejor, en mi búsqueda de mí misma, era separarme. En ese momento mi ex marido se tornó en mi peor enemigo y se transformó en una bestia infernal a la cual por mucho tiempo no quise ni acercarme para no terminar discutiendo, sin llegar a acuerdos, sobre nuestra hija.
Después de un tiempo, ambos nos enfocamos en la felicidad de ella y esto nos llevó a entender que nuestra meta en común debía ser siempre su felicidad. Fue ahí en que se hizo más real la razón por la cual me había enamorado de mi ex esposo: desde el primer momento de conocerlo supe que sería un buen padre.
Divorciados, pero enfocados en el bienestar de nuestra hija, decidimos esforzarnos para no discutir de manera hostil ya que al final de cada día, tendríamos una relación de por vida que nadie podría romper.
Después de muchos esfuerzos, mi ex esposo se convirtió en mi mejor aliado para criar una niña feliz. Esto nos trajo problemas con nuestras parejas, porque todos esperan que la relación con tu ex pareja sea fría, pesada, de gritos y groserías, por el solo hecho de que “ya no somos parejas”.
Después de un fallido intento de unión con una nueva pareja, y otro bebé en camino, terminé siendo mamá soltera y llevando mi embarazo sola. Caí en una depresión muy fuerte, viéndome enfrentada de nuevo a mi peor realidad. No solo estaba divorciada, sino que parecía ser la reina de los fracasos amorosos. Mi hija, ya más grande, un día después de verme llorar incluso me acusó de ser yo quien espantaba a los hombres. Quedé impresionada de que a su corta edad ya pudiera analizar de esa manera, pero así era.
Sola con mi embarazo fue justo el momento en donde surgió el mayor acercamiento con mi ex esposo y su pareja, quienes se convirtieron en mis amigos y principal apoyo. Íbamos al cine juntos y comíamos palomitas hasta del mismo vasito, visitábamos museos, salíamos a caminar o a hacer un simple paseo al parque. Todo esto me fortaleció como persona, pero terminamos siendo el tema incómodo del resto de la familia.
Tristemente, nadie parece alegrarse si estás feliz. Para los demás, la normalidad siempre será que todo ande mal. Pero al final de esta historia, después de llantos y sonrisas, hoy soy muy feliz con mi familia poco convencional.