Hay muchas razones que nos animan a ver una película. Puede ser el género, la trama o los actores. Pero con toda sinceridad, me aventuré a ver El Juego del Calamar, la serie que domina Netflix en estos momentos, solo para poder entender los memes con los que me topaba en distintas páginas de sátiras en redes sociales. Otra rareza de nuestros tiempos.

Concluí el primer capítulo pensando que mi elección fue un error. La serie coreana de nueve capítulos, trata de una misteriosa organización que recluta a centenares de personas rotas, abatidas y en la quiebra, con la promesa de convertir en millonario a quien se alce victorioso en una competencia de seis juegos. Lo que ninguno de ellos imaginaba era que, conforme fueran descalificados, los perdedores iban a ser literalmente eliminados. Y de la manera más chocante.

Los productores fueron muy generosos con los detalles sangrientos, y aunque no es mi caso, sospecho que tal vez esa sea la razón por la que muchos espectadores se engancharon en la serie y la terminaron en una sola noche.

Quiero compartirles mi análisis (o de al menos los seis episodios que he visto; no estoy segura de que me acabe la serie), con spoilers incluidos.

Es una denuncia al poder corrosivo del omnipresente dinero, cómo rige la sociedad, ciega a las personas, las enloquece e incluso mata. Al final del primer juego, la mitad de los sobrevivientes, horrorizados, se retiran del juego. ¿Pero qué creen? La mayoría decidió regresar.

Muestra con crudeza cómo la avaricia está a un solo brinco de la necesidad, y que la desesperación en un momento imposible, puede arrasar con cualquier vestigio de nobleza e integridad. Como muestra, el juego de las canicas.

Para mí fue, además, una crítica social, aunque no necesariamente anclada en las diferencias de clase. Si bien los jugadores eran en su mayoría personas humildes, cualquiera puede caer en desgracia, como le sucedió a Sang-Woo, un egresado de la prestigiosa Universidad Nacional de Seúl, ahora buscado por evasión fiscal y blanqueo de capitales.

En un mundo de excesos mal encaminados y con sequía de valores, las tribulaciones ajenas se han convertido en un mórbido espectáculo para una sociedad que adolece terminalmente. Ese era el objetivo de los juegos: entretener a VIPS, quienes pagaban y apostaban. Sádico, pero al verlo, recordé el mundo real en que vivimos, en que, cuando hay un accidente, es más probable que veamos personas grabando con sus celulares a las víctimas, que tratando de ofrecerles ayuda.

Aunque aprecio los temas que la serie pone sobre la palestra, me pregunto si era necesario representar este mundo distópico de una manera tan cruda, para transmitir su punto.

Como espectadores, exponernos a tanta violencia, independientemente de su finalidad, contamina nuestros cerebros, nos va volviendo insensibles y al final nos deshumaniza. Irónicamente, pienso que es un precio muy caro de pagar por entretenimiento.