Una conversación que escuché por ahí:
“¿Vas a la boda del domingo?”, preguntó una amiga. “Uy, no. Qué pereza”, contestó la otra. “¡Ay! Yo tampoco tengo ganas, pero tengo que cumplir con el esposo de la hermana del novio, que es hijo de mi hermana. Voy a ir a ponchar tarjeta”, sentenció la primera.
Hablemos de la famosa tarjeta que el mundo entero tiene que ponchar, porque en algún momento todas hemos estado en esa encrucijada: la de ser civiles y cumplidas, o ser insubordinadas sociales.
Muchas veces no he tenido ganas de asistir a una boda/shower/graduación/cumpleaños/cumplemés y me dicen “pero, ve solo cinco minutos”. Perdón, pero si yo voy a hacer el esfuerzo de luchar con el delineador, intentar maquillarme, decidir qué me pongo, ver cómo lo combino, tal vez ponerme una faja, treparme en unos tacones, estirarme el cabello y encima cambiar de cartera, no voy a ir por cinco minutos a nada. Mi permanencia en un evento debe ser directamente proporcional al tiempo invertido en alistarme para él. O voy con alegría plena, dispuesta a gozar, o mejor hago otra cosa, como quedarme en casa. Dormir un ratito más. Ver una película. Hacer galletas. Escribir esta columna.
Hay excepciones, claro. Si es la boda de una amiga o el bar mitzvah de tu sobrino, no hay escapatoria. Vas porque vas. Pero igual esas son celebraciones que no te perderías porque son de personas que quieres y sus alegrías son también tuyas.
A lo que me rebelo es al afán de cumplir con todos y gozar nada. Eso es muy 2007. La vida es corta, el tiempo es finito. Ir a lugares de mala gana o sacrificando otras cosas que son más importantes, solo para que te vean la cara y tú poder decir que “cumpliste” me parece un sinsentido.
Lucha con el delineador, intenta maquillarte, decide qué ponerte, mira a ver cómo lo combinas, tal vez ponte una faja, trépate en unos tacones, estírate el cabello, cambia de cartera, ponte la más alegre de tus sonrisas y sal a disfrutar. Porque quieres, no para ponchar una pinche tarjeta con nadie.