Arrastrando los pies. Así fue que hice el camino de la vergüenza de regreso a mi closet. Tantos meses con mis hábitos alimenticios de parranda, finalmente me castigaron. Estar quemando unas 80 calorías al día durante la pesademia tampoco ha sido bueno, y ahora mucha de mi ropa me aprieta (ni hablar de lo que ya no me queda).

La mañana en cuestión, saqué el pantalón negro de flores que tengo un año de no usar. Me lo subí, cerré, escogí zapatos que combinan y guindé de mis orejas los aretes apropiados. Pero no duré ni una hora, hasta que decidí cambiarme. ¿Saben algo? No vale la pena andar por la vida con la ropa apretada.

Este año me enseñó muchas cosas, y por esas lecciones le doy las gracias. ¿Por qué le doy las gracias a un año que será recordado por un virus letal, olor a Lysol, clases virtuales y mascarillas? Porque si sumerjo un cernidor en las aguas del 2020 y lo revuelvo, encontraré pepitas de oro, escasas, pero valiosas. Además, la gratitud no aporta tanto a quien la recibe, como a quien la expresa.

2020, fuiste retador, gran parte de las páginas de tu agenda se quedaron en blanco, pusiste a prueba mi bienestar emocional, y casi agotas mi paciencia. Pero te doy las gracias por:

• El tiempo que me regalaste, a la fuerza, para cobijarme en casa y compartir con mis hijos. No importa que a veces fue con risas, y otras a gritos.

• Haberme permitido alcanzar mi sueño de publicar un libro. No, no es como quería presentarlo, pero lo hice. Y con la satisfacción de haberlo hecho a pesar de cuarentenas, restricciones, y una contracción económica.

• Dejarme descubrir la capacidad que tengo de adaptarme y amoldarme. Esto ya lo sabía, pero la pandemia nos subió la barra a todos, y siento que me puse a su altura.

• Enseñarnos a no ser tan arrogantes. Un virus microscópico puso al planeta de rodillas.

• Apreciar la facultad que tengo de sobreponerme al miedo y andar. Con precaución, pero sigo.

• Todos los ejemplos de nobleza que nos mostraste, a pesar de la dureza a nuestro alrededor.

• Enseñarme a restarle importancia a las cosas que no la ameritan y preocuparme en serio por aquellas que sí.

• Valorar la posibilidad que tengo de ayudar a otros, y no privarme de usarla.

• Dejar de manifiesto que no vivimos solos en el mundo, y lo que hacemos nosotros afecta a los demás, y viceversa.

Por último, me río evocando cómo terminé el 2019: agotada por haber pasado en total 75 días de viaje y también cavilando en que mi trabajo se había vuelto rutinario, por lo que sentía ganas de girar en otra dirección. Recuerdo claramente haber dicho “El otro año no me muevo de mi casa, al menos por seis meses”. 

Hay un proverbio chino que dice: “Ten cuidado con lo que pides, porque se te puede cumplir”. Una pandemia no es lo que tenía en mente, pero a su manera, el 2020 me complació.