Así que el otro día se me acerca una colega y me pregunta: “Oye, ¿cómo se llama la persona con la que estabas hablando?”. Pelé los ojos y le dije: “¡Eso mismo pensaba preguntarte yo a ti!”. Sí, yo sé, ¡qué feo! Uno echando cuentos, hablando de política, contando chistes, compartiendo experiencias, y no tiene idea de cómo se llama la persona con quien protagoniza esta interacción.
Me pasa mucho. Cuando voy en el elevador de mi edificio, saludo “Hey, vecino, ¿cómo estas?”, sin importar que llevamos más de diez años coincidiendo esporádicamente en viajes ascensoriales. Sí, sí, claro que quisiera saber cómo se llama para poder saludarlo por su nombre a la próxima, pero a estas alturas es muy tarde. Eso lo pude haber hecho en 2006, 2007, pero es como ridículo preguntarle su nombre ahora, así que me toca seguir con la charada.
También me sucede con familia, en especial con primos lejanos, o con los hijos de mis primos. No me acuerdo quién es cuál. Así que saludo “Hey, primo, ¿cómo estás?”.
Leí una vez que el sonido que las personas más aman es el de su propio nombre. Así que trato de recordarlo, pero o se me está llenando mi disco duro, o me traiciona mi memoria a corto plazo.
Les cuento. Cuando me presentan a alguien, procuro prestar atención a su nombre, y si no me lo dicen, lo pregunto y lo repito para que no se me olvide: “Hola Alberto, gusto en conocerte”. Pero después me enredo y no me acuerdo si era Alberto, Roberto o Rigoberto.
Así que busco una relación, para facilitar la cosa. Me presentan a alguien y lo memorizo, haciendo una nota mental de que es el nombre de una flor, por ejemplo. Pero, ¡ajá! luego no recuerdo si es Rosa, Margarita o Violeta.
Otras veces no escuchas bien el nombre. Le pides que te lo repita una o dos veces, pero en serio es indescifrable, así que bueno, a sonreír y seguirle la corriente.
También ocurre que te encuentras a alguien en la fila del banco. Sabes que te sabes su nombre, lo tienes en la punta de la lengua o atorado en el cerebro, pero demoras tanto tratando de recordarlo, que cuando tu boca finalmente lo materializa, la persona ya se fue. Puedes gritarle a la distancia “Fue un gusto verte IGNACIO”, para no desperdiciar este logro.
Y por último, lo peor. Cuando llegas a una fiesta, seminario, o cuando estrenas trabajo, y te presentan a sopocientas personas nuevas A LA VEZ. O sea, salvo tomarles foto y apuntar el nombre, ¿cómo puedes registrar tanta información nueva?