Lo admito: yo fui una de esas personas con una visión apocalíptica de lo que iba a ser la JMJ en Panamá. Tranques descomunales; desabastecimiento de víveres; el colapso de los servicios básicos de electricidad, agua, teléfono; peregrinos infiltrados; maleantes desatados; ¡horror! Solo faltaba un meteorito para tener la película completa.
Si por mí fuera, hubiera alzado vuelo con lo que parecieran las decenas de miles de personas que entraron en pánico y evacuaron el país para estas fechas. Pero me quedé, mayormente, porque no tenía para dónde ir. Así que por semanas fui llenando la alacena de mi casa con cositas extras del supermercado. Mi despensa quedó casi como una recreación en miniatura del depósito en Costco, cual alistándome para el fin del mundo, y decidí hacerle frente a la JMJ en mi edificio desolado, porque creo que solo quedamos yo, mi gente, el guardia y los conserjes.
No son ideas mías: durante los días de la JMJ mi feed en Instagram tenía solo dos tipos de contenido: fotos del papa y temas afines, o imágenes de gente paseando en una mezcla de lugares tan diversos desde El Valle, Boquete, Miami, crucero, esquiando, hasta Francia, Turquía y Oriente.
Suelo ser optimista, pero admito que me dejé revolcar por la ola turbia de los alarmistas. Cada vez que llegaba un mensaje sobre el tema en alguno de mis chats de Whatsapp me daba taquicardia: que si en la JMJ de Madrid colapsó el metro (imagínense, si eso pasa en Madrid, las calamidades que pudieran pasar en Panamá); que si en Río de Janeiro la gente no cabía en Copacabana (pues al lado de eso nuestra cinta costera es una estampilla); que si en todas las JMJ se acaban los suministros y hay escasez de comida y otros artículos de primera necesidad. Después de todo, ¿cómo puede una ciudad de un millón de habitantes absorber a medio millón de visitantes?, se preguntaban los haters.
Pero, oh, sorpresa. La JMJ fue una belleza. No sé si no llegó la cantidad de peregrinos que habían anticipado, pero para los que llegaron, y los panameños que nos quedamos, esta fue una experiencia maravillosa. Quiero que hagan de nuevo la JMJ en Panamá.
Para empezar, todo el mundo se puso pilas. Por cinco días el país marchó como siempre debería de marchar. Estructuras subsanadas, seguridad amplificada, todo hiperlimpio, eficiencia en general. Eso de los tranques cataclísmicos fueron pamplinas. Al igual que todas las otras especulaciones negativas.
Pero para mí lo más hermoso fue el ambiente de unión, paz y tolerancia. No solo entre cristianos, sino entre todos los seres humanos en este hermoso pedacito de tierra. Yo celebro todo lo que saque lo mejor de las personas, y ver creyentes de otras religiones recibiendo o ayudando peregrinos, jóvenes alzando a su amigo en silla de ruedas para que pudiera ver al papa, dueños de restaurantes regalando comida a los visitantes, son algunas cosas que hicieron de este uno de esos sucesos. Fue como el Mundial, pero sin cerveza, estrés ni goles. Solo buenas vibras y buenos sentimientos.
En mi casa me quedan 6 paquetes 4-pack de papel higiénico, 10 barras de jabón, latas de tuna y aceite vegetal que me alcanzarán hasta abril o mayo. Ojalá estiremos este sentimiento tan lindo que nos embarga a todos por mucho tiempo después de que se acaben mis provisiones.