¿Les he contado del día en que Ross, Rachel, Chandler y el resto del elenco de la serie Friends estuvieron en Panamá? Sí, y cuando iban en su carro alquilado por la calle Federico Boyd tuvieron un accidente de tránsito. La camioneta en la que estaban paseando por la ciudad quedó bastante abollada, pero afortunadamente, no le pasó nada a nadie. Igual los trasladaron al Hospital Paitilla, por precaución.
Apenas me enteré, corrí a visitarlos. Sin embargo, la perversa enfermera que estaba de turno no me dejó pasar, por más que traté de explicarle que Ross y yo somos amigos de toda la vida.
A través de la ventanita de la puerta en Urgencias, solo vi a Joey, pero a pesar de que lo llamé a gritos, no me escuchaba. No sé si se estaba haciendo el sordo, para ignorarme, o si es que en los sueños el sonido no se transporta a la misma velocidad que en el mundo de los despiertos.
Porque cierto, esto no pasó en realidad. Fue uno de esos sueños con tramas fascinantes y lujo de detalles que de vez en cuando hacen que mi cerebro dormido le gane hasta a la mejor proyección en una sala de cine.
En ocasiones tengo sueños tan específicos, que hasta me sale el diseño de los manteles en la fiesta imaginaria a la que me invitaron, y me levanto pensando que la combinación de las flores estaba tan bonita que debería imitarla en algún momento de la vida real, lo cual es raro, porque ni me gusta ir a fiestas elaboradas ni soy una persona particularmente crafty.
Pero este ¿talento?, ¿capacidad? que tengo ha sido exacerbado por la pandemia. No sé si es que el encierro me ha afectado (probablemente) o si es culpa de comer tanto azúcar a deshoras (no creo), pero ahora mis sueños están en una categoría oníricamente superior.
Como la vez que estaba en Nueva York, y cuando bajé las escaleras para ir a una parada del subway, me di de cuenta que estaba absolutamente inundada y la gente tenía vestidos de baño y gorritos puestos y estaban nadando en las aguas cristalinas de la estación.
Otra vez vi que tenía un plástico asomado en mi rodilla (¿?), y como no entendía qué hacía eso ahí, lo jalé y me salió una cuchara desechable de la rótula.
O el día en que me senté con uno de mis hijos, en un banquito afuera de un hotel, a esperar un Asap turco (no sé por qué era turco, pero manejaba un van blanco).
Como ven, mis sueños van desde lo sublime hasta lo absurdo y risible.
Varias veces me ha pasado que me levanto incrédula con lo que aconteció en mi cabeza, y tengo que mandar un mensaje de voz en mi chat de amigas, narrando todo, antes de que se me olvide. ¡Sueños tan intrigantes merecen ser compartidos!
Como el día en que el hijo de alguien en mi sueño desapareció, y cuando me enteré, me di a la tarea de descubrir su paradero, solo para darme cuenta de que todo el vecindario, el país y el mundo, era parte de un complot para encubrir a los culpables. Destapé esta conspiración cuando me percaté que un policía cuya placa decía Gordon, respondía solo cuando lo llamaban Adam.
No sé si los sueños son un escape de la realidad, una luz verde que nos facilita la imaginación, o la forma en que se manifiestan las ansiedades que pululan en nuestro subconsciente. Sea como sea, no me quejo: la verdad es que me divierto.