Esta no es la columna que tenía contemplada para esta semana. Tenía previsto narrarles mis fascinantes aventuras del otro lado del mundo, porque se suponía que hoy iba a estar en otro lugar, y no aquí, donde estoy ahorita (en mi casa).
Pero como saben, el hombre propone y el covid dispone, así que la maleta se quedó en el closet, el vlogging kit que compré permanece en su cajeta, y yo estoy sentada farfullando, sino entre dientes, sobre mi teclado.
Y todo por culpa de una variante nueva, que si reordenamos sus letras y le añadimos una “a”, se llamaría “morónica”.
Quisiera enojarme con el virus, pero a estas alturas estoy dirigiendo mi indignación a la humanidad. No puedo creer que el mundo está (otra vez) en alerta, se han cerrado fronteras y muchas personas hiperventilaron por una cepa que supuestamente es “muy” contagiosa. ¿Y las otras qué eran? ¿De práctica?
Los síntomas de la Ómicron son cansancio extremo, picazón de garganta, fiebre, dolores corporales y de cabeza. Estoy confundida… ¿estos no son los mismos síntomas de todas las cepas anteriores?
Por cosas como esta es que me siento cansada, harta, curtida, aburrida y exhausta con todo lo que se refiere al covid. Quiero pararme en el balcón y gritar “¡Yaaaaaa!”.
Cuando faltan palabras, aparecen los memes, y al día siguiente de haberse cancelado mi viaje, encontré en Instagram una joya que representa gráficamente cómo me siento: la ilustración que acompaña esta columna. Soy, literalmente, la vaquita del meme. De hecho, la vaquita somos todos.
Ustedes no sigan mi ejemplo, pero voy a admitirles algo: para mí la pandemia se acabó. O sea, sé que todavía existe, pero no quiero saber más del tema, ni que me lo mencionen. Mi mascarilla emocional está sobre mis ojos, no en mi nariz y boca.
Hablando de mascarillas, ¿saben qué más pienso? Que estas deberían ser opcionales.
No sé si se acuerdan de la vez que les conté que fui a un partido de la NFL con mi hijo en Nashville. Había casi 59 mil personas en ese estadio, y creo que solo cuatro tenían mascarilla puesta. Ese día pensé que, si no pescaba covid, me volvía inmortal. Bueno, no seré inmortal, pero pienso que alcancé la inmunidad de rebaño. Baaaa.
El otro día estaba en el avión, regresando a Panamá de un viaje, cuando me dieron unas ganas salvajes de toser. No es mi imaginación, ¡después de un par de horas esas mascarillas desprenden microfibras que inhalo y se me pegan en la garganta! Y me angustia que los demás pasajeros piensen que tengo covid, cuando empiezo a carraspear y/o tratar de disimular la tos, que ni tragando ni tomando agua se me quita. Solo quitándome ese bozal infernal.
En fin, casos y cosas de la pandemia. Espero poder reprogramar pronto mis planes en pausa. Y si llegase a salir una nueva variante, por favor no me cuenten. Gracias.