Era una hermosa mañana de fin de semana. El sol brillaba. La brisa soplaba. No tenía que ocurrir más nada. El día ya era perfecto, o eso pensaba yo.
La casa estaba silenciosa. Lo único que se escuchaba era el sonido de mis chancletas, transitando desde mi cuarto hasta la cocina. Llegué con la intención de prepararme un café. Les digo, esto era material digno para un comercial:
Escena uno: “Ama de casa llega soñolienta a la cocina”.
Escena dos: “Ama de casa prepara un aromático café”.
Escena tres: “Ama de casa disfruta su café, se reaviva y energiza”.
Pero nos quedamos en la primera escena.
Yo tengo (¿o será que debo decir tenía?) una máquina de preparar café que mis hijos me obsequiaron para el Día de la Madre en 2015. Odio recibir implementos de cocina, pero este regalo fue una excepción. Se trata de una Dolce Gusto que amo tanto, que hasta me la llevo (¿o será que debo decir llevaba?) a la playa.
La escena dos en realidad fue algo así: “Ama de casa abre compartimiento de la máquina para colocar cápsula de café, pero percibe algo extraño. Lo acerca a su rostro para inspeccionarlo. Piensa que se trata de un pedazo de papel toalla, pero no. El papel toalla no tiene ojos y el objeto que está en el compartimiento le está devolviendo la mirada a la ama de casa. En un momento de terror agonizante, la ama de casa entiende que se ha topado cara a cara con una lagartija. La ama de casa grita. La ama de casa profiere una palabra sucia. La ama de casa tira el compartimiento hacia arriba. La lagartija vuela por los aires. La lagartija aterriza en algún lado inconcluso de la cocina”. Fin de la escena.
Esto fue lo más horrible que me ha sucedido en la historia reciente. Mis hijos duermen como piedras, así que no se despertaron con mis gritos, pero puedo apostar que el guardia en la garita los escuchó.
La muchacha salió corriendo despavorida. “Señora, ¿qué pasó?”, exclamó consternada. “ME SALIÓ UNA LAGARTIJA”, respondí. ¿Y saben qué me dijo? “Ay, pensé que le había pasado algo”.
¡Sí me pasó algo! Tuve un encuentro cercano con un reptil repugnante que estaba enrollado adentro de mi máquina de café. ¿Qué puede ser peor que eso? ¿Encontrarme una cucaracha?
Herví todo lo que se puede hervir, pero no me animo a tomar café de nuevo de la máquina. Tengo PTSD. Llevo dos semanas tomando café de la ollita, y mis mañanas ya no son.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autor.
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