Mi sobrina acaba de cumplir cuatro años, pero parece una señorita en miniatura. Estábamos sentados en el bohío, pasándola rico en la casa de playa, donde sus padres habían tenido la amabilidad de invitarme, cuando esta consentida vino corriendo hacia mí con su muñeca en mano.

“Tía Sari, ¡mira mi princesa!”, exclamó emocionada. Me mostró una muñeca bonita, pero un tanto desgreñada, y procedió a contarme un poco sobre ella, como quien detalla las virtudes de su mejor amiga.

Cuando comenzó a hablarme del príncipe de su muñeca, la interrumpí para aclararle que los príncipes no existen. No fue algo que planee; ¡simplemente se me salió! Pero para qué fue eso. Fue como si el mundo se detuvo y comenzó a implosionar.

“¡¡Sarita!!”, siseó mi hermano desde su silla, lanzándome una mirada fulminante. Alcé los hombros y abrí bien grande los ojos. “¿Qué?”, le pregunté. Bajó la voz a un susurro que me dio hasta miedito y me contestó: “¿Cómo le dices eso? ¡Solo tiene cuatro años!”.

OK, quiero aclarar que a mí me parece hermosa la fantasía. Hace la vida más interesante, divertida, y a veces hasta tolerable. No tengo nada en contra de Santa Claus, ni del ratoncito Pérez, ni de las hadas, ni de nadie. Y aunque de pequeña a mí también me gustaba jugar a los príncipes y princesas, a la edad que tengo y en los tiempos que vivimos, no estoy de acuerdo con seguir perpetuando esa noción.

Mientras, mi sobrina ya había salido corriendo a contarle escandalizada a su mamá. Mi cuñada apareció curiosa: “Sarita, ¿qué le dijiste? La niña vino a preguntarme, “Mami, ¿verdad que los príncipes SÍ existen, porque mi papito es mi príncipe?”. Awww, ¡qué ternura!

Entré en modo damage control. Primero, porque no quería ser una vale cebo con mi sobrinita, y segundo, porque quiero asegurarme de que me vuelvan a invitar a la playa. “Ven, mi amor, te quiero explicar”, empecé, aclarando mi garganta: “Las princesas SÍ existen, y TAMBIÉN existen príncipes. PERO, las princesas son muy felices, y aunque puede ser útil y divertido tener un príncipe, ellas NO necesitan uno que las ayude, rescate o las salve”.

La mirada de mi hermano y mi cuñada me hicieron ver que esto no estaba marchando como debía o esperaban. Así que puse en marcha el plan B. “Mira, ¡están dando Buscando a Nemo!”, exclamé, apuntando a lo lejos hacia la televisión, y con eso salió corriendo y cerré el caso. Sentí que esquivé una bala.

Ahí quedamos hablando los grandes. Mi hermano y cuñada defendiendo a los príncipes, y yo discutiendo que no.

Me decían: “Déjala, ella tiene apenas cuatro años. Cuando esté más grande dile lo que quieras”. Pero en este tema en particular no estoy de acuerdo con eso. Porque cuando tenga 12, 13 o 15 años, va a ser muy difícil revertir lo que años de estar creyendo en príncipes y pajaritos hace.

Pero bueno, esa soy yo. Yo no tengo niñas, así que no vivo esa situación en mi casa. Pero creo que hasta Disney se ha dado cuenta de eso y ha trabajado en crear personajes femeninas empoderadas y autosuficientes.

¿Ustedes, qué opinan?