En la radio de mi carro tengo grabadas varias emisoras, y cuando manejo, voy cambiando entre una y otra, hasta que apañe alguna canción que me guste.
Usualmente las canciones que me gustan no pueden ser muuuy viejas (máximo desde los años 80 para acá) ni muy desconocidas, ni muy melosas ni tampoco pueden ser cursis. Cuando ya le di cuatro vueltas a las emisoras y todavía no encuentro nada de mi agrado, pongo unos cedés inspiracionales que me obsequiaron, o conecto el celular y pongo música de mi playlist.
Pero no había llegado a ese punto el otro día. Todavía estaba cambiando emisoras compulsivamente, cuando me pareció escuchar “algo”. Pero no era un algo agradable. Capté las palabras “cuernos”, “perrear” y algo de que la mujer tenía las manos en la pared. Como ya iba por dos emisoras más adelante, apreté el botón para echar hacia atrás, porque no era posible que yo hubiera escuchado lo que pensaba que había escuchado.
En efecto, la cantante en la radio se jactaba -o lamentaba- (no estoy segura) de que quizá había engañado a su hombre, pero como estaba muy borracha, no se acordaba, y como no se acordaba, entonces no pasó (igual no importaba, porque él también le había sido infiel). O sea, era algo así como una oda a la perdición.
Aunque el ritmo es pegajoso y la melodía es bonita, estas canciones ya nos parecen normales, porque anteriormente ya habíamos escuchado que es posible ser “felices los cuatro”, y otras barbaridades que algunas canciones de reguetón exaltan, frases tan fuertes que no encuentro la manera de bajarles el tono para transmitirles la idea acá. Así que usen su imaginación.
A menudo me pregunto ¿qué clase de basura estamos escuchando?, ¿por qué permitimos que alimenten nuestros oídos y cerebros con ese contenido?
Ahhh, me imagino que ya saldrá quien me diga “si no te gusta, no lo oigas, no lo compres, etc.”, y tendría razón. Yo no consumo este tipo de música, pero lamento cómo ha proliferado de una manera tan abierta y gráfica. En mis tiempos había canciones de este tipo, pero al menos las disfrazaban con metáforas. Así que si eras inocente, pensabas que la canción se trataba, en efecto, de un caramelo.
¿Por qué menciono esto ahora? Porque hace unas semanas se formó un alboroto porque Marduk, un grupo sueco autoproclamado como la banda más blasfema del planeta, tenía la intención de presentarse en Panamá.
Incontables personas se alzaron, las redes sociales se incendiaron y se recogieron más de 20 mil firmas en una petición para tratar de impedir que el evento se llevara a cabo. Entiendo la indignación de los que se oponían, y lo respeto, aunque a mi manera de verlo, se trataba de un evento privado, y era la prerrogativa de cada quien decidir si le interesaba o no ir a escuchar a una banda de black metal. Al final se canceló, porque supuestamente no habían tramitado su permiso con el Mitradel a tiempo.
Así que Marduk no vino, y muchos lo vieron como un triunfo. Mientras, todos los días sigue proliferando la difusión de música hueca, indecorosa y chabacana, y nadie dice nada.
Si me preguntan, creo que lo que tenemos en nuestras radios es más ‘diabólico’ que cualquier tontería sueca.