Todos tenemos pregones que nuestras mamás nos repetían hasta el cansancio. A ustedes tal vez les decían “el perezoso trabaja doble”, pero cuando yo era chiquita, la mía exclamaba algo que en su momento la suya le enseñó a ella: haml’d el kaslanin.
Esta frase es en árabe, la lengua materna de mi mamá y solo uno de los seis idiomas que domina. Traducido literalmente significa “el camino de los perezosos”.
Se los ilustro con un ejemplo. Cuando terminábamos de cenar, y había que recoger la mesa, y en vez de hacer varios viajes a la cocina, encaramaba todo lo que me cupiera en mis dos manos, e iba dejando un rastro de migas y cubiertos en el piso que después debía recoger y limpiar, mi mamá profería un “¡haml’d el kaslanin!”.
En efecto, el perezoso trabaja doble, y en este caso, también se quemó:
Hace unas semanas iba para un evento. Ya estaba arreglada y vestida, cuando me percaté de que mi traje estaba ajado. Decidí pasarle la plancha de vapor, pero como estaba apurada, en vez de hacer lo que una persona normal haría y quitármelo, decidí que sería buena idea pasarle el vapor mientras lo tenía puesto.
OK, dije una mentira. No estaba apurada; me dio pereza. En resumen, haml’d el kaslanin. Mi idea fue pésima, y por si no ha quedado claro, les pido que no sigan mi ejemplo.
Ahora tengo seis círculos igualitos a los de la boquilla de la plancha grabados en mi pierna, y mientras me aplico sulfadiazina de plata en mis quemaduras de segundo grado con un Q-tip, recuerdo la vez, hace menos de un año, en que me cerré la puerta del carro en mi pulgar izquierdo y terminé en urgencias con el dedo estropeado.
Debo tener cuidado, al parecer soy peligrosa.
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