Siempre digo que el tiempo vuela. Los años pasan uno tras otro, como un clic. Salvo los años previos a las elecciones. Esos son largos, pesados e interminables. Ya vamos acabando agosto. ¿Saben lo que eso significa? Que todavía faltan más de ocho meses para las elecciones. Se me van a hacer infinitos, y todavía no ha empezado lo bueno.
Hace unas semanas fui al interior. La carretera está flanqueada por vallas publicitarias, tantas que perdí la cuenta, de todo tipo de candidatos corriendo en las primarias de sus respectivos partidos. La mayoría, personas con historiales dudosos, y no muy agraciadas que digamos, con todo y photoshop. Más que molesto, encuentro esto invasivo. Se siente como cuando tratan de meterle una cuchara en la boca de un niño que no quiere comer, solo que peor. Y leer las promesas de campaña casi me hace atorarme con el chicheme. Pero supongo que si nos engañan hasta abusando del photoshop, ¿qué podemos esperar de lo demás? Recuerdo cuando en las elecciones pasadas un candidato de ojos chocolates apareció en sus vallas con ojos verdes.
Hablando del color de ojos, que alguien me explique qué ondas con los apodos que se ponen algunos candidatos: ojitos de muñeca, peligro, pollo, potrillo, papito, yuquita, zapato… Por amor al cielo, ¿quién los asesora? ¿Sus sobrinitos? ¿Es acaso eso lo más interesante que pueden promover en sus campañas o el motivo por el que quieren ser recordados? Esto no parece una campaña electoral, parecen audiciones para el circo.
Como se perfila la cosa, más que una contienda electoral, esto va a ser una competencia de cuentacuentos. Por ende, voy a hacer una propuesta, que me parece la mejor de todas: abolir las campañas electorales. ¿Es demasiado loco imaginar esto? Creo que no. Las agencias publicitarias, imprentas y demás sectores relacionados seguro están haciendo puntería para tirarme tomates, pero piensen en la historia reciente: quien gastó menos millones en la contienda pasada ocupa ahora el trono presidencial.
Por otro lado, sin las campañas tradicionales, ya no sería una carrera desenfrenada de quién gasta más, regala mejor y propaga mentiras con mayor pericia. No sería una fiesta de despilfarro. Quedaría descartada la necesidad de recaudar fondos y quedar debiendo favores.
Con iguales oportunidades de exponer propuestas serias y bien sustentadas, sería más fácil elegir en función de aptitudes y no de promesas vacías ni clientelismo político. Apuesto por debates presidenciales de altura, y espacios predeterminados en los medios para dar a conocer por qué deberíamos votar por X o Y candidato. De paso, tenemos menos contaminación visual y calles que limpiar.
En un tema paralelo, encuentro altamente ofensivo esos candidatos que se anuncian como la persona que te regaló tal o cual cosa. Hay quienes por necesidad o ignorancia venden su voto a cambio de un lechón, pero ojalá que de aquí a mayo de 2019 los que votemos a conciencia seamos los más.