2019. A ver, ¿por dónde empiezo?

Pudieran parecerse, pero ningún año es igual a otro. La vida misma nos va cambiando nuestra forma de pensar, percibir y reaccionar. Así que aunque hiciéramos todo de forma idéntica dos años seguidos,  serían diferentes.

Por primera vez tramité mi  seguro médico. Vendí por mi cuenta mi carro, que cumplió diez años, y compré otro. Claro, pidiendo opiniones.

No todo fue bueno. Este año también fue el del disco herniado, lo que no solo me hizo sentir adulta, sino hasta vieja.

Pero lo más importante de este periodo que culmina es que aprendí a escuchar la sabiduría de mi cabeza y a decirle que aguarde a la sensibilidad de mi corazón. Finalmente sustituí signos de interrogación por puntos finales. Guardé la manguera y dejé de regar malezas.

Las cosas más preciadas que tenemos son aquellas en las que vertimos, como agua, parte de nosotros mismos: nuestro tiempo, atención, recursos, sentimientos… Pero no todo lo que valoramos está destinado a crecer en nuestras vidas.

Algunas cosas son como la maleza, una especie de planta que crece de forma silvestre en una zona cultivada o controlada por el ser humano. Pueden impedir el desarrollo normal de otras especies. Restringirle la luz. Esparcir patógenos que degraden la calidad del cultivo. Tal vez tener espinas. Pueden causar irritación o ser perjudiciales  si se consumen.

Si mi vida es el jardín que cultivo día a día, quiero llenarla de aromáticas rosas y hermosas orquídeas. Entendí  lo que las malezas son y que es imposible cambiar su esencia. Acepté que no debo trasplantarlas en el suelo fértil de mi existencia.