El aroma a palomitas de maíz flota en el aire y guía el camino hasta la taquilla. Anticipo comerme una cubeta con el mismo entusiasmo que tengo de ver la película. Por más sabroso que sea el pop corn de microondas que preparo en mi casa, no se compara con el auténtico millo que venden acá.

Ya reclinada en mi silla, luces tenues, por un tercio de mi cubeta y aún en comerciales, reparé en algo que no había pensado: esta era mi primera vez, en casi dos años, en pisar un cine.

Creería que iba a ser un hito pandémico, pero la realidad es que deslizarme de nuevo a la normalidad ha resultado ser mucho más fácil de lo que pensaba.

Gabriel y yo fuimos a ver El escuadrón suicida II.Recordé, mientras recogía una palomita de mi camisa y me la llevaba a la boca, el revuelo que tuvimos en la oficina cuando Margot Robbie e Idris Elba estuvieron en Panamá filmando escenas de la película. Eso fue escasas semanas antes de que el mundo dejara de girar al ritmo de siempre. Una pandemia y tres Doritos más tarde, estábamos por ver el producto final.

Adicional al pop corn, fue un cambio bienvenido disfrutar de un filme que resultó ser de mi agrado. Y me complace anunciarles que lo seleccionó Gabriel.

Gabriel, el mismo que lleva un año martirizándome con su pésima selección de películas en casa. Para mí, una sola película de zombis ya es un exceso, y él me ha hecho ver tramas apocalípticas hasta en coreano.

“Mientras un virus espeluznante arrasa con la ciudad, un hombre permanece encerrado solo en su departamento, desconectado y desesperado por encontrar una salida”, dice la sinopsis de Vivo. Qué porquería de guion para ver mientras nosotros mismos estuvimos encerrados y desesperados en nuestro apartamento, durante el punto más álgido de la cuarentena. Ver humanos convertirse en zombis, caníbales y sanguinarios no es mi idea de entretenimiento. Ni en español, o inglés, y mucho menos en coreano.

Después estaba la película de unos jóvenes que salieron a pasear en velero y se olvidaron de poner la escalera, antes de lanzarse al agua a nadar. Toda la cinta era ver un poco de gente, flotando desesperada en el mar, mientras la bebé que dejaron abordo lloraba.

Más recientemente le tocó el turno a Krampus, y su trama de un Santa Claus diabólico. Yo creo que a Gabriel estas películas ni siquiera le gustan, pero disfruta torturarme y discutir conmigo para que no las apague. La dejé puesta, pero los últimos 30 minutos los vimos en fast forward.

Lo peor de todo es que se supone que tenemos un trato y nos alternarnos la selección de películas. Él elige una, y a la próxima yo escojo otra.

Pero nooo. Yo sí tengo que ver las aberraciones que él escoge, pero para Gabriel E.T. es una reliquia que hay que dejar tranquila, Back to the future es aburrida, y ¡Hoy sí! no le da risa.

Afortunadamente, en la sala del cine encontramos terreno común.