El 11 de septiembre de 2001 yo todavía estaba dormida, cuando mi esposo me llamó por teléfono. “Están atacando a Estados Unidos”, exclamó en mi oreja, desde el otro lado del auricular. Era tan descabellado lo que me decía, que solo atiné a preguntarle, “¿me estás bromeando, verdad?”.

La urgencia en su voz me indicó que era cierto. Prendí la televisión de una vez, y mis ojos no daban crédito a lo que veían. Las Torres Gemelas, siempre tan altas y erguidas, estaban heridas, humeantes y llorando en mi pantalla.

Ese día, los teléfonos en casas de todo el mundo no pararon de sonar. Las llamadas entraban y salían. Mientras conversaba con una amiga, ambas incrédulas, le dije: “No entiendo cómo unos terroristas pudieron robarse esos aviones”, y cuando me contestó, entendí verdaderamente la magnitud de esa tragedia. “Sarita, son aviones de pasajeros”.

Mirando hacia atrás, me parece tan loco que millones de personas alrededor del planeta presenciamos en tiempo real cómo se fue desarrollando esta catástrofe, minuto a minuto, asustados, perplejos e impotentes.

De esos días dos cosas sobresalen en mi memoria: el shock de ver las torres desplomarse en vivo y en directo, y al día siguiente, ver a una reportera de CNN entrevistar a un joven que buscaba desesperado a su padre, quien era el limpia vidrios del restaurante Windows of the World. La reportera se puso a llorar en la televisión, y yo lloré con ella.

Fueron días terribles, pero ahora, mientras escribo esto, me encuentro en Nueva York. Es el 11 de septiembre de 2019, y estoy en mi taxi camino a Fashion Week. Tal vez el tráfico es un poco más pesado que lo usual, con los actos conmemorativos que se llevan a cabo cada año, pero afuera de mi ventana veo a la gente caminar a sus trabajos, tomar café en las esquinas, manejar como locos e ir de compras. Como dicen en inglés, business as usual.

En el año 2015 visité el monumento que se construyó en el sitio donde una vez se alzaron las torres. Para mí fue sencillamente impresionante ver cómo de las ruinas de una desgracia tan monumental como fue 9/11 se levantó el Freedom Tower, un edificio que se ha convertido en un testimonio a la tenacidad y el echar para adelante.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue el Survivor Tree. Es el único árbol que sobrevivió el ataque y subsiguiente desplome de las Torres Gemelas. Luego de eso fue trasladado a un vivero, donde sufrió los estragos del huracán Katrina y encima de esto le cayó un rayo. ¿Pero saben qué? Se sobrepuso a eso también y ahora se encuentra firmemente plantado, erguido y frondoso en la plaza.

Eso es lo que se llama clavar las garras y aferrarse a la vida, porque los años pasan y esta sigue.