Parecen idénticas, pero quienes hemos llorado sabemos que no hay dos lágrimas que sean iguales. Algunas salen de los ojos, otras brotan del corazón.

Las que rodaron hace unos días por mi cara sabían a finales inconclusos; eran café negro sin endulzar.Es cierto el refrán que dice que las personas llegan a nuestras vidas por una razón, una temporada o para siempre. Aunque he afinado la ciencia de descifrar por cuánto tiempo o con qué finalidad están los otros en la mía, me resulta un poco más capcioso discernir qué hago yo en la vida de los demás.

De niña, mi mamá me introdujo al término “pen pals”, amigos por correspondencia. Aún conservo las cartas tapizadas de calcomanías, escritas por manos pequeñas como las mías, que me llegaban por correo, en un alegre intercambio con primas y amigas. Ahora, mi pen pal era un señor de manos arrugadas, que no me escribía con una pluma, sino con un teclado, a través de Facebook e Instagram.

Mi querido amigo era un entusiasta lector de mi columna y un ávido comentarista. Siempre tenía alguna sugerencia, que yo a veces recibía con una sonrisa, y otras con exasperación.

Fue un caballero, la voz de la sensatez, perpetuo optimista. Sabía cosas que yo desconocía, de cultura en general y consejos para mi vida personal. Sus oídos apañaron mi voz cuando más nadie me quería escuchar. Nunca se quedó corto de palabras amables, ni guardó secretos; al contrario, compartió generosamente. Fue un buen amigo, confidente y sincero aliado.

Nuestros intercambios a veces se prolongaron por horas. Puedo imaginarlo escribiendo con esfuerzo, los minutos amontonándose mientras buscaba las letras en su teclado, hasta que se materializara un párrafo en la pantalla de mi celular.

Si por algún motivo me retrasaba los jueves en publicar mi columna, no demoraba en preguntarme que dónde estaba. Y recordando eso es que me doy cuenta que empezamos a entender la vida, cuando extrañamos aquello que nos molestaba…

Lamento tanto no haber detectado a tiempo que algo estaba fuera de lugar. Cuando los mensajes empezaron a ser erráticos, en un revoltijo de idiomas, lo atribuí a errores de dedo, apuro, distracción. Me enteré muy tarde que el olvido se infiltró en su consciencia como una espesa bruma. Me entristece pensar que fui un faro en esa neblina, pero no tuve la oportunidad de brillar por él más. 

Querido amigo, qué extraño se siente saber que alguien se encuentra, pero ya no está. Qué confuso es saber que queda tiempo, pero no la posibilidad. Espero que estas palabras te encuentren para darte las gracias y decirte que fuiste, eres, muy especial. 

Para ti mi buen amigo, chapeau.