El día que cerrábamos el especial de maternidad, salí de la oficina a las 7:30 de la noche. Mis hijos iban a salir con su papá, por lo que no se hizo cena en mi casa.

Esos días en que uno llega cansado a una casa vacía son los mejores para hacer#ChillAndRelax, así que camino a mi casa me detuve en el Riba Smith a comprar un pote de helado. Esa era mi intención, solo que en verdad terminé comprando dos, porque esos sabores de Ben & Jerry’s son cada uno más tentador que el otro, y bueno, ya saben, cero autocontrol.

Una vez en mi casita, me acomodé frente a la TV con mi taza XL de combinación de Chocolate Chip Cookie Dough y Urban Bourbon y le puse play a mi megamaratón de Game of Thrones. Cuando se acabó el helado, más rápido que un solo episodio, fui a repetirme un tazón igualito. Todo era risas, dulces y dragones, hasta que me levanté en la mitad de la noche con un dolor de cabeza que me llevaba el diablo.

No me ayudó el Advil ni el Supradol ni el aceite de compuesto de marihuana que me froté en la frente (aclaración: no tiene psicoactivos y es perfectamente legal).

Así que empecé el día siguiente con un combo letal activado: migraña, sentirme como Peppa, remordimiento y crisis existencial. Me dio por compartir en Instagram una foto vieja que tenía en mi carrete, pero que reflejaba al detalle cómo me estaba sintiendo en ese momento.

A los pocos minutos ya tenía varios mensajes en mi buzón con recomendaciones, frases inspiradoras y buenos deseos para que me sintiera mejor. Me sorprendí. La mayoría provenía de personas que ni siquiera conozco en el mundo real, pero con quienes he llegado a establecer amistades digitales a través de la pantalla de mi celular. ¿Saben qué? Automáticamente me sentí mejor, tanto, que desarrollé el tema completo en mis stories…

Conté 58 personas que se tomaron la molestia de mandarme emoticones de carita triste, carita feliz o corazoncitos, mensajes de Get well soon, que me enviaron herramientas para lidiar con el estrés, recetaron remedios naturales y aceite chino de white flower, y hasta sugerencias graciosas como que mejor me fume el aceite de CBD, en vez de untármelo en la frente.

Por ahí también llegaron algunos regaños (todos por mi bien) de cómo me atrevo a comer tanto azúcar y encima no tener la vergüenza de publicarlo, jejeje.

No faltaron los que también sufren de migraña y saben lo miserable que se siente, y se atrevieron a compartirme los medicamentos que a ellos les funcionan, desde Migradorixina, Excedrin, Migratan, hasta algo que se llama Tolestan. Alguien me sugirió acupuntura, pero yo ni loca.

Me mandaron a ponerme bolsas de hielo en la cabeza, a tomar jugo de apio (video y receta incluida), y por qué no, a relajarme con unas copas de vino.

Las recomendaciones gastronómicas tampoco faltaron, y que a la próxima (que no creo que haya), pruebe los sabores de Coffee Toffee Crunch y Phish Food.

Aquellos seguidores con un enfoque más hedonista me dijeron que sea feliz y disfrute mi helado, que no hay mejor cura que ir al salón de belleza a consentirme, o mejor aún, que agarre un crucero y me vaya de viaje.

Al final del día, cuando finalmente me sentía mejor, le respondí a cada una de esas 58 personas. Todas sus sugerencias son útiles, pero no tanto como esas dosis de amistad y cariño que me dispensaron. ¡Gracias!