No es un secreto que los años pasan, ni un misterio que dejan marca. Muchas veces el presente es un barco flotando en la inmensidad del mar: sabemos de dónde venimos, tenemos una idea de a dónde vamos, pero se nos olvida un poco dónde estamos.
Sin embargo, la vida, tan atenta, nos lo recuerda, a veces con asperezas y otras revelando que tiene sentido del humor. Hablemos del humor.
Hace unos días, después de varios intentos fallidos, mis amigas de grado finalmente nos juntamos para una escapada a la playa.
A pesar de que ya estamos grandes, y como dice la mayor del grupo “Tengo 49 años, y hago lo que quiero”, seguimos teniendo responsabilidades: esposos que no queremos dejar y trabajos que no podemos olvidar. Aun así, casi todas nos fuimos.
La noche antes anuncié en mi casa: “Me voy mañana a la playa y voy a apagar el celular. Si me necesitan para algo, ni me llamen. Pero si DEBEN hacerlo, escríbanle a mi amiga Sutanita o a Menganita”. Sé que al menos uno de ellos las tiene en sus contactos.
Al día siguiente, ya en nuestro destino, almorzamos, tomamos sol, bajamos a la playa, brindamos, reímos, lloramos, quemamos el bar-b-q de la cena y platicamos. Pareciera lo mismo de siempre, hasta que te pones a escuchar la conversación.
En un lapso de 24 horas abarcamos temas tan variados como quién usa lentes y quién todavía no. Hablamos de la córnea, cuánto es una presión arterial normal, cuánto todavía es aceptable, los efectos de la pandemia en el colesterol, la menopausia, la perimenopausia, y para que no se quedara nada por fuera, los calores que te despiertan en la noche sintiendo que tu pecho es ahora un radiador.
¿Dónde quedaron los tiempos en que veía estas mismas caras, un poco menos ajadas, con más ilusión, pero menos sabiduría, cuando sonaba el timbre del recreo, y nos sentábamos en las escaleras de la escuela, a confiarnos las salidas del fin de semana, quién nos gustaba y quién nos llamaba? En un pasado distante.
Este año se cumplen 30 desde que lanzamos nuestros birretes y salimos juntas, por última vez, por la puerta del colegio. Sé dónde quedaron los años, pero igual me gusta buscarlos.
Estas son las mismas caras queridas, que diez años después de graduadas, era una hazaña poder ver. Ya todas estábamos casadas. La mayoría con dos hijos, algunas con cuatro. Cuando lográbamos salir a almorzar sin que interfiriera tener que dar pecho, un hijo resfriado, o un marido estresado, la conversación giraba en torno a las mañas de los esposos, las travesuras de los niños y lo difícil que era conseguir una nana.
Y aquí estábamos, 20 años después, tomándonos la presión con un aparato que me prestaron y estaba dando vueltas en mi cartera, por diversión. Lo mejor fue cuando otra salió con: “¡Yo también tengo un tensiómetro!”, y nos pusimos a tomar la presión con ambos, riéndonos a carcajadas, solo para comparar.
Los años pasan, pero las risas siguen. Amigas, las quiero.