¿Quieren saber cuál fue mi trauma de la semana antepasada? No hace falta que respondan, porque igual lo diré.

En los últimos meses puedo decir que me he adaptado a todo: al encierro, a las mascarillas, al teletrabajo, a prescindir del salón de belleza y andar con el cabello silvestre, a salir por mi número de cédula a las 7:30 de la mañana, y a un largo etcétera.

Incluso me he acostumbrado a las clases virtuales de mi hijo Gabriel, eso sí, haciendo varias concesiones para yo no perder la cordura ni que ambos salgamos peleados.

Y si hace unos meses la sala de mi casa se convirtió en un salón de clases, ahora el pasillo es una cancha esporádica de basquetbol, claro, para las clases de educación física.

Todo en nuestras vidas ha tenido que adecuarse a las circunstancias, y lejos de ser la excepción, pienso que educación física merece el esfuerzo adicional, pues es muy difícil que los niños no se oxiden estando guardados tanto tiempo en casa, sin la posibilidad de salir a montar bicicleta, nadar en la piscina, o tan siquiera hacer la actividad física básica que involucraba vivir la vida común antes de la pandemia.

En el caso de Gabriel, si sumo el hecho de que el ipad es el hoyo negro que puede succionarlo por horas si no le pongo un límite, le doy la bienvenida más efusiva a cualquier cosa que lo haga levantarse de la cama o el sofá.

Mi trauma no es con las clases per se, sino con la forma que tiene mi hijo de darlas. La semana en cuestión, por ejemplo, tenía que ver en YouTube un video sobre el pivot, aprender a hacerlo y luego grabarse en otro video implementando lo aprendido.

La semana previa había hecho lo mismo con el dribble. Y aunque fue un ligero fiasco, el profe le puso buena nota por su empeño en dominar esta técnica de picar la bola.

Para la tarea del pivot me pasé el día preguntándole que a qué hora lo filmaba, y me respondía con “en un rato”, “más tarde” y “ahorita”. Le dije que OK, pero que se pusiera a practicar. Cuando ya iba a ser de noche y aún no habíamos hecho nada, le dije: “¡Yaaaaaa! Lo hacemos ahora”. Alisté mi celular, ¿y saben qué me contesta? “No tengo bola”, lo cual me dejó very confundida, porque si no tiene bola, ¿cómo aprendió a hacer el pivot?

“¡Ya me lo sé! Vi el video”, me contestó. Yo veo películas a cada rato y todavía no sé actuar. Veo artistas y aún no sé cantar. Y este chiquillo va a aprender a hacer el pivot por osmosis, ¡sin siquiera practicar!

Quiero que mi vecino del piso de abajo, el señor Pierre y su amable familia, sepan que cuando escuchan el bam, bam, bam, de una bola picando arriba de sus cabezas no es por desconsideración nuestra ni con el ánimo de perturbar el orden necesario para una armoniosa convivencia. Es por culpa de las tareas, que por cierto, regaño a Gabriel para que deje el relajo y lo haga bien lo más pronto posible, para no prolongarle esta agonía a ninguno de los demás moradores de mi apartamento o edificio.