La sala de teatro estaba casi vacía, pero la risa de los niños inundó mi alma.
Hace como un año, uno de mis hijos y un grupo de amigos se unieron para crear Make a Noise, una iniciativa que busca prevenir y desarticular el bullying en las escuelas. A pesar de tener solo 14 y 15 años, su ambición por hacer una diferencia era enorme.
Como saben, todo cuesta, y sufragar los gastos de cualquier proyecto –por más básicos que sean- requiere dinero. Empezaron vendiendo pulseritas, pero después apuntaron más alto y decidieron montar un espectáculo de magia con el mago Benjamín Eisenman y la participación de la cantante Yael Danon como artista invitada.
Luego se les ocurrió que, si ya estaban haciendo el esfuerzo de montar este show, por qué no hacían una función doble y a la primera -gratis- invitaban a todos los influenciadores que pudieran, para que difundieran en sus redes sociales la labor de la organización. A esa función también invitaron a un grupo de niños del Hogar de la Infancia.
Los apoyé de nuevo en todo, pero sin ser una matasueños les advertí que lograr que dichos influenciadores fueran a la función era difícil. No obstante, ellos estaban entusiasmados y trabajaron con ahínco.
La gran noche llegó, y desde temprano se fueron al teatro a decorarlo, ultimar detalles, recibir a los niños del Hogar de la Infancia y esperar a los influenciadores. Solo que nunca llegaron. De 80 comunicadores, bloggers, y figuras semipúblicas, solo llegaron seis, y las voy a mencionar: Marisol Guizado, de Panamá en Positivo; el diputado Raúl Fernández; la pintora Daniela Goldfarb, Anita Correa, Sofía Contreras y Ana Horna. Además estuvo Bettina Romina, quien noblemente había aceptado la invitación de ser la presentadora de la velada.
Voy a ser sincera; siempre supe que era improbable esperar que los influenciadores fueran. No esperaba ni la mitad, ni siquiera un tercio. ¿Pero seis? Qué dolor…
Hubo quienes confirmaron asistencia y no llegaron. Hubo la que dijo que tenía un compromiso previo, pero que con mucho gusto lo difundiría en sus redes sociales (y no lo hizo). Estuvo la que pidió cuatro boletos de cortesía y no usó ninguno, porque no fue. Hubo el que preguntó cuánto le iban a pagar, y también estuvo el grosero que les tiró el teléfono cuando lo llamaron para confirmar asistencia, entre otras cosas.
Algunos, seguro tenían excusas de peso, estaban cansados u ocupados, pero seis personas de 80 deja mucho que decir.
Influenciadores, aprovecho el espacio que me queda para decirles lo siguiente. Entiendo que se ganan la vida cobrando por presentarse a los lugares a los que son invitados y por lo que les pagan las marcas que representan. Pero no todo en la vida son likes, dinero y taquilla.
Si están en una posición de influir positivamente en la sociedad, devolverle un poco de lo que con su fama han logrado, qué dolor que no lo canalizan en algo más que figurar. Qué triste que, en vez de alentar a aquellos que quieren ser agentes de cambio, especialmente jóvenes, los defrauden. Qué lástima que en vez de ser un ejemplo, sean una decepción.
En mi vida he comprado una prenda porque haya visto a alguno de ustedes ponérsela y nunca se me ha antojado ir a un lugar que ustedes hayan compartido en sus redes sociales solo porque les pagaron $500 por hacerlo. Pero no duden de que cuando yo, y muchos otros, los vemos involucrados en causas positivas, nos inspiran a hacerlo también.
Aunque la sala estaba casi vacía, la risa de los niños inundó mi alma. Influenciadores, ustedes se lo perdieron.