Mientras esperaba en la fila de un supermercado, pude notar algunos cárteles publicitarios para la rifa de un carro. Ahora es muy raro, a menos que uno vaya a los casinos, encontrar que rifen automóviles. Debe ser por eso que una señora muy entusiasmada, delante de mí, preguntó cómo podía participar en la rifa. La respuesta de la cajera, sin verle a la cara, fue: “inscríbase en el código QR”, mientras le señalaba con a boca un letrero con símbolos en blanco y negro.

Ante tal respuesta la señora, adulta mayor aunque no tan mayor, achurró el ceño y se fue cómo si la hubieran insultado. El mundo parece que ha avanzado muy rápido y cambiado mucho, pero no todos han cambiado de la misma manera y habría que tener más empatía.

El código QR se inventó en los noventa. La primera vez que oí de él fue hace como 15 años en una promoción del periódico La Prensa, con esto quiero decir que no es una novedad; sin embargo me incomoda llegar a un restaurante y que la persona que atienda contesta mi pregunta sobre el menú con: ‘ahí está el Código QR’. Cada vez que uso el dichoso código me descarga archivos que luego debo borrar y/o no encuentro fácilmente lo que busco.

Lo digital tiene sus ventajas, pero también a veces abruma. A mí me incomoda el hecho de que en cada almacen que voy a hacer una compra me pidan que me descargue una aplicación para darme un descuento o para afiliarme a un programa. En la susodicha aplicación tengo que dar mi santo y seña de nombre, cédula, dirección en la que vivía a los 10 años, edad, género, talla de zapatos, número de coloración que uso en el pelo… bueno, ya ustedes saben. Preguntan un barranco de datos que es un engorro llenar. Yo prefiero quedarme sin el 10% de descuento que me iban a dar en el segundo par de zapatos.

Ahora las facturas son electrónicas, la ficha del seguro social es digital, las tiendas te atienden por WhatsApp, los formularios los tienes que descargar por PDF, el examen de conducir se hace virtual. Si intentas buscar un ser humano que te conteste una pregunta, te veo en problemas. Pero a falta de seres humanos bien debería haber más tutoriales o indicaciones de cómo utilizar la tecnología.

En algunos aeropuertos tienen a personal dispuesto para ayudar a las personas a hacer trámites digitales. En el Mac Donalds de Calle 50 los pedidos se pueden hacer a través de una pantalla, pero allí tienen siempre a una persona pendiente de ayudar a quienes hacen su pedido por primera vez. Lo hacen con respeto y empatía.

Ante un mundo que parece ir tan a prisa, muchas personas se quedan atrás o mejor dicho son excluidas. Para que hablemos de avance y cambio en positivo hay que incluir y no presumir que todo el mundo sabe.

La tecnología no es el fin, es el medio para que la vida de las personas sea mejor. Debería serlo para que tengamos mejor atención médico, para poder hacer mejores decisiones de compra o para que algunos costos se abaraten. Hay que dar las herramientas y la ayuda para que todas las personas aprendan a usarla y se beneficien.