“La única manera de continuar en vida es manteniendo templada la cuerda de nuestro espíritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro”, dice Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) desde el epitafio de su tumba en Lima, su ciudad natal. Considerado uno de los mejores narradores en español, el autor de La tentación del fracaso y Dichos de Luder, sus cuentos, antes ”Completos” en Alfaguara (1994), vuelven a publicarse como “Reunidos” (2024) para recordar los 30 años del fallecimiento del escritor y ofrecer a las nuevas generaciones de sus lectores el grueso de la narrativa breve del peruano.

El libro reúne noventa y cinco cuentos por los cuales el tiempo casi no ha pasado, que han conseguido adaptarse a cada circunstancia lectora desde el buen oficio de su autor, que ha dado con la eficiencia narrativa que los hace contemporáneos. Esa contemporaneidad de su obra, que ha valido su lugar a Julio Ramón Ribeyro en la actualidad de nuestras bibliotecas y nuestro cariño y admiración, parece haberle sido esquiva durante su vida, en la que el gran reconocimiento siempre se le escapaba. Al margen del famoso “boom” latinoamericano, el autor de los cuentos de Los gallinazos sin plumas (1955), vivió una vida muy al margen del calibre de la obra que estaba desarrollando, elogiada por Mario Vargas Llosa y muchos de sus contemporáneos.

El escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez firma el prólogo de estos cuentos reunidos, y acuña una frase feliz y fundamental para la comprensión en su conjunto de la narrativa breve de Ribeyro: “Una mitología de lo discreto”, que no es otra cosa que un inventario de miradas sobre la propia ciudad, la realidad peruana y luego, más allá, “la experiencia de esa nación sin espacio fijo: los latinoamericanos en Europa”. La composición cuento a cuento de esa mitología acoge, bajo su pálida luz, a tantos y tantos hispanoamericanos, dándoles un asidero de palabras e imágenes para seguir mirándose a la cara, para no sucumbir a la tentación del fracaso.

La palabra del mundo, así llamó Julio Ramón Ribeyro al conjunto de sus cuentos. Una palabra que se hace y se construye con el firme propósito, loco y utópico, se dirá, de conservar un mundo pasado, o darle una nueva oportunidad de ser, o reconstruir uno presente, o pretender, con locura quijotesca, inventar uno para mañana, para el futuro, salpicado de lo bueno de antes para que el mito se encarne y poder superar la nostalgia sin creer que cualquier pasado fue mejor. En el mundo de Ribeyro, sus personajes siempre doblan la esquina del barrio que los sumerge en una tragicomedia vital que sigue pareciéndose a la nuestra, al hoy y ahora, por una decisión de su autor: “mantener templada la cuerda de nuestro espíritu, tenso el arco, apuntando hacia el futuro”: prosa apátrida, dicho de Luder, puro Ribeyro.

“Estos cuentos (dice Alfredo Bryce Echenique en su prólogo de los Cuentos completos de 1994), son una prueba contundente de la incapacidad de Ribeyro de escribir por hedonismo, complacencia o provecho; su obra no está hecha para satisfacer las expectativas del consumidor de novedades, y, más bien, acontece al margen de las ofertas y las demandas. Su ambición es mayor: ser un arte genuino”.

El lector hará bien en buscar estos Cuentos reunidos y sumergirse en la obra de uno de los más importantes e indiscutibles cuentistas de nuestra lengua, cuya obra nos revela una manera de contar que desafía los convencionalismos de cuentistas a medio tiempo y autocomplacientes con el oficio. Están, si deciden leerlo, a punto de entrar a uno de los universos narrativos más versátiles, hermosos y profundamente actuales de la literatura. Como dice Juan Gabriel Vázquez al final de su excelente prólogo (que le invito a leer con atención): “Bienvenido, lector, al mundo de Ribeyro”. Pasen y descubran la mitología de lo discreto.