Saben ustedes que los jueves es el día en que debo enviar mis artículos a la Revista Ellas. Bueno… en realidad es la fecha tope que tengo para hacerlo y nada impediría que los enviara cualquier otro día de la semana. Generalmente, pienso que eso es lo que haré, pero ocurre que se atraviesan otras obligaciones y casi siempre me encuentra el jueves sentada frente a la pantalla estrujándome el cerebro como una naranja para jugo a fin de sacar aquel tema que se me ocurrió hace unos días y que, por estar enredada, no anoté en el archivo correspondiente.
Ocurre que muchas veces regresa y yo feliz empiezo a teclear soñando con ese punto final que sé que está por llegar, sin embargo, hay otros jueves en que por más que trato y trato la incógnita no se resuelve. Me levanto de la silla y doy vueltas por la casa como cuando uno llega a la cocina y al haber olvidado el motivo del viaje vuelve al lugar de inicio para recordar. Eso funciona saben.
Hace años anoté en mi cabeza que el texto debía enviarse antes de mediodía. No es un mandato, ni nadie dijo que era así hacerlo, pero me parece un signo de respeto básico ponerlo en su destino a una hora decente. Sin embargo, cuando la musa se escurre y van pasando las horas y la página sigue en blanco empieza el otro lado de mi cerebro (el que es medio desordenado como mis cajones) a mandarle mensajes al lado que sufre: “no te mortifiques niña que todavía falta mucho para que termine el jueves”.
Claro, comprendo que cada día tiene veinticuatro horas y que el calendario no marca un día más hasta pasadas las doce de la noche, pero la gente en la revista se va para su casa al final de la jornada laboral que no se extiende hasta las doce de la noche. Lo que ocurre es que, con esto del trabajo a distancia, las comunicaciones virtuales y todo ese rollo, uno ha llegado a creer que porque la persona tiene un teléfono inteligente que le habla todo el día y toda la noche tiene que trabajar a esas horas y eso NO ES CIERTO.
Tenemos que empezar a pensar como esas empresas en países desarrollados que desconectan sus servidores a cierta hora y se “cierra la oficina” hasta el día siguiente. Me parece tan decente de su parte pues por estos lares veo que, a los ejecutivos, y a los que no ejecutan también, los llaman y torturan con tareas a todas horas del día y de la noche. No hay paz, no hay descanso. Y eso no puede ser bueno para la salud.
Yo digo que por eso es por lo que la gente se estáponiendo vieja más rápido a pesar de todo el ejercicio, los suplementos vitamínicos y la dieta de vegetales y frutas. La carga de estrés es enorme y constante. Y si bien es cierto que el teletrabajo ahorra viajadera, combustible y los tranques en Loma Cová, suma horas, muchas horas. Así es que, aunque la mitad desordenada de mi cerebro piense que los jueves terminan a la medianoche, la otra le dice que a las cinco se cierra la oficina.