A lo largo de la vida uno debe aprender a vivir con los cambios. Es un hecho inexorable e inevitable, valga la redundancia. Especialmente drásticos han sido aquellos surgidos después del advenimiento de la tecnología de la comunicación. Ya las noticias no se mandan en clave de Morse, ni por telegrama, ni en cartas que viajan en barco, llegan a nosotros casi antes de suceder, así de veloz es la cosa.

El asunto aquí es que, así como todo vuela a la velocidad de la luz, igualmente, surge la disyuntiva de cómo filtrar lo cierto de lo falso, lo verdadero de lo inventado, lo históricamente correcto de lo dramáticamente modificado.

“En los tiempos de antes” la mayor parte de la información se obtenía de textos impresos, llámese libros y/o enciclopedias. Al consultarlos teníamos la seguridad de que antes de llegar al papel esa información había sido investigada y vuelta a investigar haciendo que la misma fuera confiable, claro dentro de lo posible, pues errores se cometen desde siempre.

Sin embargo, hoy en día yo me abrumo entre las redes sociales, los noticieros de bando y bando, la inteligencia artificial, las conferencias TED, las publicaciones de YouTube y de Tic Toc y de X y de quién sabe cuántos sitios más. Hay días en que siento ganas de gritar “¿quién me está diciendo la verdad, a quién le pregunto, a quién le creo?”.

Amo todas las modernidades citadas, pero hay días en que siento que “comprobar” la noticia me toma tanto tiempo que preferiría los métodos antiguos de información. Entre esos sentimientos me muevo. Hasta los correos tiene uno que analizarlos con pinza para no caer en trampas cibernéticas, que hay muchas. Y ni hablar de las cuarenta mil invitaciones que he recibido de Facebook para aceptar a una amiga de la que soy amiga hace años. De verdad que caminar por el universo cibernético es como andar por un campo minado que no permite la tontería ni los descuidos.

Hay días en que lo que se me antoja es ir a leer la versión que presenta la Enciclopedia Británica de los años cincuenta sobre la Segunda Guerra Mundial, impresa en su papel delgadito y con los más minuciosos detalles. Así como por joder. Solo me aguanta el hecho de que sé, con toda seguridad, que me dará un ataque de alergia incontrolable. Como ven, cada etapa tiene sus ventajas y desventajas y lo importante es aceptar cada cosa por su valor.

Una faceta muy interesante de todo este proceso de cambios es que cada vez que uno se sienta con los niños y jóvenes que han nacido en medio de todo esto y les comenta “como eran las cosas antes” ponen una cara digna de un poema pues no se imaginan el mundo sin los aparatos que ellos usan a diario. ¿Una televisión con antenas de orejas de conejo, quién ha visto eso? ¿Un radio de transistores, cómo se come eso? ¿Un aparato sin control remoto? “¡Nombe, no!”.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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