“El que trabaja con sus manos es un trabajador manual; el que lo hace con sus manos y su cabeza es un artesano; pero el que lo hace con manos, cabeza y corazón es un artista”. San Francisco de Asís
Difíciles son las despedidas, muy difíciles, especialmente cuando se dice adiós a un ser humano especial. Esa fue mi vivencia recientemente cuando sorpresivamente nos dejó Patricia Maduro la gran artista, que más que artista fue un ser humano único. Me regocijo de haber tenido la oportunidad, no solo de conocerla, sino de compartir con ella trabajo, diversión, proyectos, historias, en fin, incorporarla a mi vida. Un regalo que llegó inesperadamente y que tuve la sabiduría suficiente para atesorarlo.
Nuestro primer encuentro fue fugaz hace muchísimos años cuando visité su taller en el Edificio Madurito para adquirir un regalo que necesitaba enviar a Estados Unidos. Eran los años ochenta. Todo en la línea Pata-Pata era hermoso, único.
Muchos, muchos años después, ya en el siglo XXI, cuando se funda Asociación Pro-Artesana Panameña tuve la suerte de trabajar con ella e iniciamos una amistad que perduró hasta el día de su partida. Pata, como cariñosamente la conocía todo el mundo, de allí el nombre de su línea de ropa Pata-Pata, se dedicó en cuerpo y alma a su trabajo con artesanas de diversas regiones del país y recorría desde provincias centrales hasta las comarcas indígenas.
Pro-Artesana tenía como fin, no solo ayudar a las mujeres a mejorar la calidad de los productos que confeccionaban, sino también a entrenarlas en el manejo de sus economías a fin de que sus productos resultaran rentables y el beneficio de su trabajo se sintiera en sus hogares. Les organizaba seminarios dentro y fuera del país, pasaba horas con sus grupos, su entrega fue total y el cariño que le tenían se sintió en cada testimonio que escuchamos durante su despedida en la sinagoga Kol-Shearith.
A mi personalmente, siempre me llamaron la atención sus manos. Tenía una forma muy peculiar de usarlas, de poner cada cosita en su sitio, de enderezar una basta que no hubieran planchado como a ella le gustaba, pero sin decir nada, simplemente, llevaba las cosas a su lugar. Se sentía amor en esas manos, en esos dedos que tenía vida propia. Me deleitaba observando como “acariciaban” cada pañuelito, cada carterita, cada servilleta, para darle a entender a cada una de esas producciones artísticas que era importante y que su destino era hacer feliz a alguien.
Por supuesto, así como demostraba su amor a cada pieza hacía lo mismo con la gente a su alrededor, con TODA LA GENTE, no discriminaba. Más bien entre más humilde y marginada la persona, mayor su entrega. Era un deleite verla atender los bazares y vendutas que organizaba periódicamente siempre pendiente de que todo estuviera perfecto.
Pata cambió vidas, dejó huellas, marcó un camino para cada una de las personas que acogió bajo su ala. Patricia Maduro fue una artista, fue mi amiga, será inolvidable.