Como bien saben cada uno, de acuerdo a su imaginario, les da significado a los eventos, personas e incluso palabras. Y, como saben, esa palabrita, imaginario está entre mis favoritas, así como espectacular está entre las detestadas. Y cuando viene dividida en sílabas la detesto el doble, pero ese no es el cuento de hoy. Ese ya se los he contado un millón de veces.
Bueno, el caso es que para mí “algo pavoroso” es sinónimo de mi abuela Mami Loli. Otras cosas también, pero hoy fue esta frase la que se me cruzó por la mente como una de esas banderolas largas que jalan los aviones pequeños para anunciar algo o para que alguien le pida matrimonio a otro alguien. Esas cosas me pasan con mi abuela y, si las cuento, son muchas, a pesar de que no tuve la dicha de disfrutarla por largo tiempo. Solo escasos dieciocho años compartí con ella. Viendo a mis hijos, por ejemplo, que ya llevan más de cuarenta con varias abuelas tengo que concluir que, en ese sentido, son muy afortunados.
Pero basta de divagar tanto que se me acaba el espacio y no les he ni empezado la historia. El caso es que para Mami Loli “algo pavoroso” podía ser cualquier cosa. Y esas cualesquiera cosas aparecían con frecuencia. Si ella salía a hacer mandados y caía un palo de agua regresaba diciendo que la mañana había sido “algo pavoroso”, pero si, estaba compartiendo algún bochinchito sobre algún personaje que era mal portado igualmente te decía “lo que pasa es que Pedro es algo pavoroso”.
Y Pedro no tenía por fuerza que ser un adulto sinvergüenza, no señor, podía ser un niño de dos años que no se quedaba quieto ni un segundo a pesar de los expertos pellizcos que las abuelas de mis tiempos repartían con una pericia extraordinaria.
Y si al flan, que con tanto cariño había batido, se le caía una esquina al voltearlo, pues seguramente en su universo era “algo pavoroso”. Pero los pavores no siempre eran negativos… creo. Es que me parece recordar que a veces en situaciones divertidas y que desembocaban en un evento agradable como vestir a una quinceañera para una fiesta u hornear un pavo y batir un puré para una cena familiar, también se usaba la frase. Y digo creo porque ya saben que los recuerdos tienen la manía de enredarse unos con otros sin orden alguno, así es que bien podría ser que para las citadas ocasiones utilizara otras expresiones.
La verdad es que como yo era rabo de mi abuela y, aunque no lo crean, solía ser tímida y calladita, ella y sus amigas hablaban en mi presencia como si yo no existiera razón por la cual podía enterarme de cosas que, pensándolo bien, en el imaginario de los años sesenta, bien podrían considerarse no aptas para menores. Pero, así como era de tímida y calladita era de ingenua así es que me tomó aaaaaañññooos sino décadas, enterarme de qué se ocultaba tras esas conversaciones de doñitas.
Y, como en estas épocas los nietos no se apresuran a llegar tuve tiempo de programar mi cerebro para no irme de la lengua cuando los peques están presentes, no vaya a ser que a los treinta se den cuenta de que su abuela hablaba sobre temas prohibidos en su presencia. ¿Se imaginan? Sería algo pavoroso.