Recientemente leo en las noticias las palabras del Papa Francisco “por favor les pido, no se olviden de rezar por mí”. Me conmueve esta petición, siempre me ha conmovido. Me confirma la humildad de quienes lo piden y eso me enternece pues es una cualidad que cada día está más escasa.
Hace muchos años entrevisté a Mary V. de Carles para un trabajo que estaba haciendo. Ella ya estaba peleando su batalla contra el cáncer y atreviéndose a mostrar al mundo los devastadores efectos de esta enfermedad. Al ser ella amiga de la infancia de mi padre y una de mis primeras profesoras de danza, siempre había existido entre nosotras ese cariño que nace solo porque si, un poco heredado y un poco descubierto temprano, así es que el rato que pasamos fue muy emotivo para mí, tanto que a más de dos décadas de su ocurrencia aun recuerdo todos sus detalles.
Había algo en su carácter que cautivaba. No se si era su pasión por la vida, o esa mezcla perfecta entre disciplina, ternura y alegría. El caso es que cuando nos despedíamos en la puerta de su casa me dijo “reza por mí”. Por supuesto que cumplí su petición, no sin preguntarme a diario si no debí ser yo quien pidiera la oración.
No es fácil ser humilde y menos en este mundo en que muchos se concentran en publicitar sus vidas “perfectas”, sus trabajos “perfectos”, sus triunfos sin fracasos. En la cultura del yo no cabe la humildad. Es triste pues sería tanto más fácil caminar por este mundo si prevaleciera la humildad. La falta de humildad casi siempre trae prepotencia, poca empatía, promueve un individualismo desmesurado, en fin, es tierra fértil para el descalabro social. Porque no hay que olvidar que estamos llamados a vivir en sociedad, mejor dicho, a convivir en sociedad.
Admiro a quienes, a pesar de todo, a pesar de sus logros, a pesar de su éxito, a pesar de tener una posición privilegiada social, familiar o económicamente, permanecen humildes y actúan con humildad en todas las esferas de su vida. No con esto quiero decir que uno debe menospreciar sus conquistas, estas merecen admiración, pero hasta ahí. No son motivo para endiosarse.
Quizás la falla radica en que en otros tiempos las personas solían emprender proyectos que de una forma u otra beneficiaran a la comunidad, con el solo afán de aportar algo a la sociedad y hoy en día esos proyectos se inician buscando la gloria personal del emprendedor. Algo se perdió en el camino. Da un poco de tristeza.
Quizás por eso cuando escucho al Papa decir “recen por mí” renace en mi la fe de que la humanidad puede llegar a entender que hay que alimentar el “yo”, lo suficiente —y no más— para que sepa trabajar en el “nosotros”. Porque no se puede solo barrer pa´ dentro, hay que devolver. Por algo dice Proverbios 11:2 que con la humildad viene la sabiduría y estoy segura de que todos anhelamos a ser más sabios que populares.
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