Hay quienes piensan que las cosas especiales suceden en días especiales. Yo soy más bien de la opinión de que son las cosas especiales las que hacen que los días pasen a la historia como únicos e irrepetibles. Por ejemplo, hace como 10 días le envié un correo electrónico a un amigo a quien tengo un millón de años de no ver. Desde que se fue a estudiar a la universidad afuera no regresó más que para cortas visitas primero, y luego ni para eso. Tenía una vida profesional muy agitada y le quedaba poco tiempo libre.
Bien, nuestro grupo de la adolescencia está organizando una reunión y pensé que sería divertido tenerlo entre nosotros. Por una de esas casualidades de la vida una buena amiga me había comentado que quizás podía conseguir su correo. Una amiga que no tiene nada que ver con el grupo que les menciono. Envié la comunicación y nada. Por un momento pensé que quizás lo había cambiado y que en cualquier momento recibiría una de esas comunicaciones que dicen “su correo ha rebotado…”. Pero no. Ese correo no llegaba tampoco.
De repente, cuando ya había perdido las esperanzas, pum, que aparece el tan esperado correo. Yo le había contado un poquito de mi vida, así que él hizo lo mismo y como se quedaron algunos cabos sueltos en un día y medio, nos hemos enviado por lo menos cuatro correos cada uno. Ustedes saben cómo son estos asuntos, que una cosa lleva a la otra, y en este caso quedé revisando un ejemplar de Naranja dulce, limón partido, aquel compendio de mis artículos que se publicara en el año 2010 gracias a la iniciativa de Fundacáncer, y me encuentro con los prólogos que escribieron María Mercedes de Corró y la profesora Margarita Pérez. Me dieron ganas de llorar, pues había allí palabras muy bonitas. No me pregunten el camino que me llevó a este destino; es muy complicado.
A pesar de todos estos encuentros tan emocionantes, yo sigo sin encontrar dos llaves que llevan más de dos semanas extraviadas. Esas creo que me van a costar un donativo a San Antonio, porque ya lo único que me falta es desarmar muebles en mi casa a ver si no se han caído por esos hoyos negros que existen detrás de los cajones y otros sitios misteriosos. Siento mucho haber incluido este comentario, no era mi intención arruinar la línea que llevaba de encuentros maravillosos y todo eso. Pero es que estoy torturada con las dichosas llaves, pues a mí nunca se me pierden.
Por lo pronto haré caso omiso de la pérdida, para así disfrutar del maravilloso encuentro. Siempre debe uno poner lo bueno antes de lo malo, pienso yo. A menos que lo malo sea un problema que requiera atención urgente, y como el que me aqueja no es de esos, lo voy a poner en la fila.
A mi amigo le he mandado un gran abrazo y le pondré un libro de cocina en el correo, porque como vive en otro país se me ocurre que un buen arroz con pollo puede hacerlo feliz. Y para que no se pierda le colocaré marquillas de esas de quita y pon en mis recetas favoritas para que se acuerde de mí cuando las prepare. Cosas mías.