Mientras desayuno viendo salir el sol, tres nubes y montañas que se dejan ver desde la ventana de la cocina donde estoy sentada, pensando si debo quedarme aquí más cerca de las provisiones o quizás mover todo lo que tengo enfrente para la deliciosa terraza que colinda con este espacio.
El día va amaneciendo fresco, engañoso podría decirse, pues es de conocimiento público que antes de que transcurran un par de horas aquí se activa la “caldera” y empezamos a vivir en condiciones similares a las que conoceremos en el infierno cuando, llenos de pecados, lleguemos a ese destino. Esto es solo la práctica.
Sin embargo, y este sin embargo lo pienso lento y creo que con mayúscula, que un pueblo ꟷperdón, ciudadꟷ sea caliente no lo descalifica como sitio querido, menos aún cuando nos deja asomarnos a las interioridades que son sujeto de nuestros amores. Y quizás el amor viene de haberlo visto crecer. De haberlo conocido cuando uno era niño y de haberlo visto cambiar de pueblo en masculino a ciudad en femenino.
Quizás ꟷigual que ocurre con la ciudad de Panamá donde vivoꟷ hay cosas del nuevo destino que habríamos preferido que permanecieran como hace cincuenta o sesenta años, pero nadie detiene al progreso que como una retroexcavadora va arrasando y aplanando terreno para dar paso a lo que se ha bautizado con la antedicha palabrita: progreso.
Me gustan ciertas cosas del progreso, no lo niego. Me fascina la tecnología que me facilita la vida aún cuando no sea muy diestra manejándola y ésta me juegue bromas pesadas en la madrugada. Me hechizan los adelantos científicos que nos alargan la vida manteniendo óptima calidad (honestamente creo que son los avances científicos lo que más me gusta del progreso); disfruto enormemente lo fácil que se ha hecho viajar y aun cuando no seamos viajeros empedernidos, cuando se puede nos damos una escapadita.
Por otro lado, quisiera que ya fueran llegando a las agencias de autos, aquellos vehículos como los de los supersónicos que nos permitan distribuir el tráfico que nos ahoga entre circulación terrestre y aérea. No sé si eso traerá un montonón de accidentes entre los vehículos voladores, pero se puede probar. Me disgusta también el distanciamiento (y no me refiero al ocasionado por el COVID-19) sino al que existía desde mucho antes y que era la razón por la que la familia dejara de conocer a los nietos de los hermanos y los amigos se enteraran de enfermedades y muertes por el periódico.
No estoy segura si el alejamiento es producto de la vida tan ajetreada que llevamos o del tráfico o del ensimismamiento que tenemos con los aparatos, quizás una combinación de todos, el caso es que andamos como gallinas ciegas por el mundo.
Aquí en David, mientras desayuno me empiezo a imaginar los próximos días que pasaré en Volcán, con mis amigas, sin planes ni tareas y ya los puedo saborear porque sé que en el corto tiempo que compartiremos fabricaremos risas, memorias, regaños, sueños y mil cosas más. Esta semana será recordada por mucho tiempo. Días maravillosos en David con amigos de toda la vida y el paseíto a Volcán será como la cerecita en el sundae. ¡Benditas sean las vacunas!