Cuando estaba en el colegio pertenecía a las Muchachas Guías. Era una actividad que me fascinaba y, como el horario escolar era de doble jornada, las reuniones se llevaban a cabo en la hora de almuerzo. Aprendíamos sobre la historia de la organización, nos enseñaban a hacer toda clase de nudos, muchos de los cuales aun uso para diversas cosas y otros que tengo “guardados” para casos de emergencia, cantábamos y nos preparábamos para las actividades que nos harían merecedoras de los distintivos. Esos pequeños parches que íbamos cosiendo a nuestra banda celeste.
Para obtener el de Cuidados del Niño había que ir a la guardería de la Cruz Roja en el casco antiguo varios sábados, para el de Cocina, pues presentar equis cantidad de platos y así sucesivamente. Claro que matábamos por tener muchos, la banda se veía hermosa llena de distintivos.
Uno de los primeros fue el de Costura para lo cual teníamos que coser un delantal. Nos enseñaron a dibujar y cortar un patrón en papel manila, luego la tela y finalmente coserlo. Creo que lo hacíamos a mano. Lo de la máquina vino más adelante, cuando llegamos a tercer año. La “tía Topi” (de Arosemena) era la profe y la clase la recibíamos en el último piso del edificio justo afuera del salón de mecanografía. Allí había unas mesas enormes en las que podíamos extender el corte de tela e ir colocando sobre el mismo las piezas del patrón que habíamos escogido. En este caso íbamos a la Avenida Central a comprar alguno de McCalls o Simplicity que eran los favoritos.
Gracias a Dios la moda era sencilla en aquellos días. Los shifts unos trajecitos de línea A sin muchas arandelas como los que le veíamos a la modelo Twiggy en las revistas de moda. Ahora que lo pienso queríamos poder usar la ropa como Twiggy, el maquillaje como Twiggy (que no nos dejaban) y estar tan delgadas como Twiggy. Tan delgada como Twiggy todavía quisiera estar. Mi tela era un piqué blanco con unos diseños geométricos en amarillo. Nunca he sido muy fanática de las flores y esas cosas. Me fue bastante bien con esa aventura. Creo que me demoró todo el bimestre, pero logré terminar.
Ya casada y embarazada de mi primera hija se me ocurrió retomar la costura. Me fui a Sears y compré mi primera máquina de coser: una Kenmore que hacía como dos o tres puntadas sencillas y que pagué en cómodas mensualidades luego de llenar ochocientos papeles para que me aprobaran el crédito. Y es aquí donde procedí a completar una de las tortas más grandes que recuerdo. Yo tenía unas camisitas de bebé fresquitas y deliciosas. Fui y compré unas lechuguillas y papel manila porque según yo iba a confeccionar el patrón como en los días de las Muchachas Guías para coser unas en tamaños más grandes para.
El problemita fue que en lugar de añadir el material adicional hacia los laterales lo añadí hacia el frente. No se imaginan, yo muy ilusionada voy a probarle a la niña mis creaciones solo para darme cuenta que le sobraban millas de tela por delante y el hueco del cuello le llegaba a la cintura. Todavía cuando lo recuerdo me río solita. Lección aprendida. No soy la mejor costurera del mundo pero ya se por dónde se “crece” la ropa.