Hay ocasiones en que, desde afuera, así como quien ve una película, me observo actuar y me preocupo porque me da la impresión de que me estoy poniendo necia. Digo que me preocupo porque no resisto a la gente necia y me aterra llegar a ese destino.
Busco la definición en el RAE, porque no me gusta hablar por hablar, y como saben en Panamá tenemos nuestro propio “diccionario”. Menos mal que lo busqué pues las definiciones de la Real Academia no necesariamente coinciden exactamente con la nuestra. Por ejemplo, la primera es “ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber”. Bien, lo acepto, pero yo voy más por la línea de la tercera que lee “terco y porfiado en lo que hace o dice”. Allí se asoma un poco esa persona que yo llamo necia porque cuando empieza con algo es dale y dale y dale y dale. ¿Me explico? En mi universo necia es la mosca de Pepito.
Mientras escribo esto me voy relajando un poco porque voy descubriendo que, más que necia, soy un poco obsesiva con ciertas cosas. Y, aunque no lo crean, prefiero ser obsesiva que necia. Es que no le tengo paciencia a los necios. Como no se la tengo tampoco a los “ñañecos” que, en cierta forma, convergen en muchos puntos.
El exceso de mayúsculas, por ejemplo, me tortura. Ya saben, esa costumbre que nos hemos copiado del idioma inglés de poner todas las palabras de un título con mayúscula; si recibo un texto lleno de faltas de ortografía me quiero morir y mi cerebro se bloquea automáticamente, por lo que si me están pidiendo algo de seguro diré que no. Y, así como hace diez o quince años tenía una guerra declarada a “el deseo de éxito en sus delicadas funciones”, ahora la tengo contra “demasiado”.
Que nadie me diga que “me quiere demasiado” porque me sentiré profundamente ofendida. Quiéranme “buco, tarrantan, pocotón, bonchao” (como alguna vez les dije en otro texto) quiéranme bastante o mucho o un poquito, no me importa, pero si me quieren demasiado entiendo que es más de lo que merezco.
¿Y qué me dicen de “hace un tiempo atrás”? Hace un tiempo o un tiempo atrás, pero la redundancia es absolutamente innecesaria. Me muerdo la lengua cada vez que lo escucho porque, no es a todo el mundo a quien puedo corregir públicamente.
He descubierto que últimamente me atormenta encontrar vasos de agua sobre una mesa de madera sin una servilleta, posavasos, trapito, lo que sea, debajo para amortiguar un poco el “sudor” que luego de algunos minutos, al convertirse en charquito, deja su marca indelebe.
Y, para cerrar este texto sobre mis necedades, que en realidad son obsesiones, tengo que contarles que ya le estoy perdiendo la paciencia a “dicho eso”. La nueva frasecita que anda de un protagonismo insólito en todas las presentaciones, discursos, conferencias y demás asuntos de ese tipo. Sobre “hace sentido” ni les voy a hablar pues ya una vez le dediqué un artículo completito… Y no me quiero pasar de necia.
Hasta luego amigos, gracias por permitirme este desahogo.