Seguro algunos de ustedes recuerdan que alguna vez les hablé de mi tía Ángela, la tía abuela que realmente se desempeñó como abuela putativa desde que mis hermanos y yo tuvimos uso de razón. Desde la muerte de su cuñada Julieta ella se ocupó, junto con sus padres, (o sea los abuelos) de la crianza de mi papá. Era un personaje único que en la vida de todos ocupó un sitial de honor. Además, a pesar de haber nacido en el año 1901, era modernísima, independiente, de mente amplia y muchas cosas más que no eran típicas en una mujer de aquella época.
Practicaba rutinas inquebrantables y seguro por eso llegó a rondar por este mundo casi 107 años. Correcto, ciento seis y medio para ser exacta. De hecho, vivió más que mi papá, por lo que concluyo que, si bien perdió a su madre biológica antes de los cuatro años, tuvo una hasta el día que se despidió de este mundo.
Además de comer saludable, siempre en horarios idénticos para cada comida, de tener ratos fijos para decir sus oraciones, que eran muchas, y de hacer todas las diligencias a pie hasta los cien años, a ella también le gustaban sus rutinas de belleza. Por la mañana se ponía rollos en la cabeza los cuales vivían allí hasta la hora de salir para la misa diaria de las cinco y media de la tarde, se untaba cremas después del baño, que no era mañanero sino después de almuerzo, y antes de dormir. Se tomaba su copita de coñac después de la cena, ruibarbo y soda a no sé que hora y por ahí seguía la cosa.
Una de las cosas que aprendí de ella y que, aunque no hago consistentemente, me fascina es a bañarme con toallita. Como suelo andar de apuro la mayor parte del tiempo, los regaderazos son cortos, por no decir que, de pasar por debajo del chorro, así es que por temporadas me olvido de cuanto me gusta la dichosa toallita.
Supongo que el gusto surge desde que nacemos porque a los bebés solemos meterlos en su pequeña tina y dale y dale suavemente con la toallita. Es más, pónganse a repasar y verán que en todas las listas de “lo que se necesita para el nuevo bebé” siempre se menciona la toallita.
Como les comenté, la olvido y la recuerdo intermitentemente a la hora del baño, pero cuando se muda a mi regadera me hace supremamente feliz. Ocurre lo siguiente, a mí todos los aromas fuertes me dan alergia y cuando digo alergia no se imaginan: es una estornudadera criminal que desemboca en ojos que me quiero arrancar y, por último, si la fragancia es muy impertinente, me da migraña. Por eso me gusta bañarme con jabones que huelan rico. Tolero los aromas delicados. Hace un par de años descubrí en el almacén Seasons unos jabones maravillosos. Hay de varios tamaños, pero para el baño me gusta comprar el gigante. Entonces… como es verdaderamente gigante cuando lo inauguro tengo que usarlo con toallita porque casi no lo puedo sostener en la mano. ¡Qué delicia! La combinación perfecta.