A lo largo de la vida vamos adquiriendo vocablos que -correctos o incorrectos- se incorporan inexorablemente a nuestro léxico y se vuelven de uso común. Son muchos, y aunque a medio camino algún profesor de español nos diga que los estamos usando incorrectamente, suele ser demasiado tarde para corregir la costumbre.

Les cuento que hace unos días finalmente fui a cambiar mi Cepadem. Ya sé, ya sé… tenía semanas, si no meses, de tener los dichosos documentos guardados en un cajón, y me parecía que siempre era quincena o el gobierno estaba haciendo entrega de otro grupo y las filas en el Banco Nacional llegaban hasta afuera del local, o yo estaba muy ocupada, o lo que sea punto com.

El asunto es que ahí tenía el dinero durmiendo el sueño eterno de la paz. ¡Y con la falta que hace! Bueno, se me ocurrió que el 17 de diciembre sería un día tan bueno como cualquier otro para aventurarme al banco, y tuve suerte. Solo había una señora delante de mí y la atención llegó bastante rápido. El proceso no es expedito, pues requiere que el funcionario entre al sistema, mire algo, saque unas fotocopias, vuelva a mirar, le ponga ganchito a unas líneas, le dé a uno unos documentos para llenar y firmar; en fin, son vueltas.

En la mitad de todo, se le ocurre llamar a su casa a ver cómo sigue el chiquillo, pero eso no es culpa del Cepadem, sino de la cultura del funcionario. Harina de otro costal.

Finalmente, me dirijo a la caja con mis papeles a cobrar el dinerito. El cajero bien amable me pregunta cómo lo quiero, y yo, pensando que iría directamente a mi banco a depositar todo, menos un poquito que me quería gastar en estos días, le dije “démelo en billetes grandes”. Claro, es lo que siempre digo cuando necesito saltarme el bulto en la billetera. En mi cabeza, billetes de 100 o 50.

El cajero se sonrió, me miró fijamente y comentó entre pregunta y afirmación burlona… ¿pero grandes como de qué tamaño? Yo seguía sin entender y le reafirmé que de 100 o de 50. Él sacó un billete “grande” y uno de un dólar, los colocó uno detrás del otro y me dijo: “Bueno, es que todos los billetes son del mismo tamaño. En otros países hay algunos que son más grandes que otros, pero los que usamos aquí son del mismo tamaño”.

inalmente me cayó la teja. ¿Se dan cuenta de que ando lenta en estos días, por no decir en neutral? Claro, comprendida la situación, a mí me dio un ataque de risa. Aclaro que el cajero fue respetuoso y muy simpático. En algún momento quizá dudó ligeramente sobre si debió o no iniciar el vacilón, pero le agradecí que me hubiera llamado la atención sobre este viejísimo error de lenguaje. O de lo que sea. Es más, le prometí que escribiría un artículo sobre el tema y, cumpliendo con mi promesa, aquí está.

No puedo prometer que la próxima vez que vaya al banco a sacar suficiente dinero para pedir billetes de alta denominación recordaré no pedir “billetes grandes”, pero seguramente cada vez que lo diga recordaré que está mal dicho y algún día aprenderé a decirlo correctamente.