¿Les ha pasado alguna vez que están segurísimos de que tienen algo guardado, pero por más que buscan no lo encuentran? Bajan todas las cajas de los clósets, rebuscan en los armarios, abren bolsas que llevan meses o años arrinconadas. Estornudan sin parar, pero valientemente prosiguen con la búsqueda. Recuerdan cuándo fue la última vez que vieron/usaron el chéchere extraviado, le ofrecen plata a San Antonio -empezando por una cantidad razonable y llegando hasta los miles de dólares- ponen a todo el mundo en la casa a buscar, insisten, siguen insistiendo y nada.
Bueno, en esa situación estoy ahora mismo. Y lo peor del asunto es que tengo la absoluta certeza de que cuando sea demasiado tarde, el retazo perdido aparecerá. Hará su entrada triunfal bien campante y yo viviré con la frustración por años.
Les cuento: hace casi 35 años mis hijas -tres de ellas porque la otra no había nacido- fueron coleras/floristas en la boda de una de mis cuñadas. Los vestidos eran bellos y yo, por supuesto, los guardé pensando que algún día se volverían a usar. Se volvieron a usar varias veces hasta que llegó el momento de guardarlos para las nietas. Pasaron los años y para la boda de una de mis hijas -quien solo tendría una corte de dos niñas- fui a buscarlos.
De la cintura para abajo estaban perfectos. El organdí bordado que componía la falda estaba como el primer día. Bueno, así quedó luego de un par de noches después de mi tratamiento especial de blanqueo. El corpiño no existía, pero bastó desarmarlos y tomar la tela buena para armar los nuevos vestidos. Quedaron igualmente bellos que los primeros.
Como eran faldas las que se habían convertido en “partes de arriba”, algo de tela sobró, se guardó. Como ven, tengo la costumbre de guardar. Buena o mala, pero persiste. Entre los retazos había partes de los corpiños que cada vez que bautizamos a un nieto saco y deshilo para reparar una de las mangas del ropón que usé yo para la misma ceremonia. Nunca termino pues el trabajo es minucioso porque requiere de reconstruir la tela insertando hilos para aquí y para allá, como hacen las monjitas. Considerando, claro, que yo no soy monjita y que solo dispongo de una cantidad limitada de noches para la tarea. Quizás, con suerte, termine cuando empecemos a bautizar bisnietos. De todas formas, el daño no es muy obvio así es que lucen su ropón sin que nadie lo note.
Regresando al presente, ocurre que una nieta usará uno de los famosos vestidos para la boda de una sobrina, con algunos cambios menores. Pensamos pues, que a la otra -quien es todavía diminuta- se le podía hacer uno igual con aquel famoso retacito que veo cada vez que me pongo en modo remiendo ropón de bautizo. Eso pensamos su otra abuela -la que hace los vestidos bonitos para las bodas- y yo, pero de nada nos ha servido pensar porque el retazo está perdido. Y creo que irremediablemente porque llevo dos semanas buscándolo sin parar.
Lo que más enojo me da, es que estoy segura, como que me llamo Julieta, que pasada la boda lo voy a encontrar. Me pondré como el Chavo del Ocho… patearé, manotearé, me diré que ahora sí es verdad que lo voy a guardar en un sitio donde no se me volverá a perder. ¿A quién engaño? Cuando lo necesite se esconderá nuevamente.