Muchas veces, ante eventos que nos ocurren inesperadamente, pensamos que la ocurrencia es un asunto de casualidad. Puede ser, aunque muchas veces es la causalidad la que ha obrado. ¡Ojo! Que un par de letras en distinto orden cambian por completo el significado de una palabra.
Bien. Yo no soy muy ducha en asuntos de los sitios esos de música a los que uno se suscribe, pero con mucho trabajo y esfuerzo logré anotarme en uno. Con él tengo compañía mientras hago ejercicios. No crean que la vida me da para hacer mucho ejercicio —o puede ser un asunto de vagancia—, pero ese no es el tema de hoy. Y, cuando trabajo, me hace feliz tener la bullita de fondo. Luego de muchos (y muchos, son muchos) meses finalmente entendí como se bajan canciones para escuchar cuando no tengo Internet y también como se arma un playlist.
Al momento tengo solo uno y él va como quiere porque no he aprendido eso de que las canciones suenen en un orden determinado. No que eso me torture especialmente. El caso es que cuando dispongo de ratitos por aquí y por allá, me pongo a buscar música y la voy guardando donde sea que sea que el aparato decida enviarla.
Claro, yo voy por los caminos de Carole King, Serrat y Alberto Cortez y ese combo. Son los que conozco y me hacen feliz, porque puedo repetir las letras, no cantarlas, ya saben que eso es imposible para mí, pero recitarlas me hace feliz.
El otro día, estaba yo muy contenta con un meneíto de Rosario Flores y al ratito me sale Castillos en el aire. Ya saben eso de “quiso volar igual que las gaviotas, libre en el aire, por el aire libre y los demás dijeron “¡pobre idiota, no sabe que volar es imposible!”. Afloraron tantos sentimientos mientras el cantante seguía con su “y construyó, castillos en el aire a pleno sol, con nubes de algodón, en un lugar, adonde nunca nadie pudo llegar usando la razón”.
Viajé a mis últimos años de secundaria, aquellos en que Juan Salvador Gaviota dormía en mi mesita de noche y no pude menos que concluir que los idiotas somos todos aquellos que pretendemos prohibirle a la gente que sueñe y que sueñe con “cosas imposibles” que rapidito se vuelven parte de la vida.
Y me pareció tan apropiado el tema en estos días en que a uno le queda algo de tiempo para soñar pues no tenemos que invertir dos o tres horas para llegar al trabajo, sino que el trabajo llega a nosotros. Que llega mucho, y a horas muy impertinentes, es cierto, pero llega a nuestra casa.
Pensé ¿cómo estaría la cosa ahora si los científicos no hubieran desafiado todos los paradigmas establecidos para buscar en tiempo récord una, dos, tres, cinco vacunas que están ayudando a controlar esta dichosa pandemia? ¿Y qué habría sido de los niños y jóvenes si los colegios no se hubieran puesto las pilas para reinventarse en cuestión de semanas y asegurarse de que no perdieran un año de sus vidas frente a la pantalla de una televisión? Si van a ver una pantalla, por lo menos que sea una que los eduque, con una profe que canta y baila y se desarma frente a ellos para que entiendan cómo funciona el aparato digestivo.
Ante todos estos acontecimientos solo ruego que los incapaces no “se alarmen ni dicten normas” no vaya a ser que fuera contagioso tratar de ser feliz de aquella forma”… y procedan a “condenar (a los soñadores) por su chifladura a convivir de nuevo con la gente, vestidos de cordura. Para dar fin así a la historia del idiota… que quiso volar igual que las gaviotas…, pero eso es imposible…, ¿o no?”