Cada familia, o cada casa, tiene su forma particular de hacer las cosas y muchas veces uno ni sabe por qué o cómo se originó la costumbre. Lo que sí es cierto es que una vez arraigada ahí se queda, aunque sea extrañísima. Ya ustedes saben, por ejemplo, que yo no le pongo sirope a los pancakes sino mantequilla y luego azúcar, producto de un domingo de escasez de lo primero cuando en Panamá no abrían los comercios los días del Señor. Saben también que la canción insignia de la familia es Son de la loma y como tal abre bodas y cierra funerales.
En estos días, en que nuestras rutinas se han visto alteradas y nuestra forma de hacer las cosas debe por fuerza ser distinta a la que practicábamos, normalmente visita uno lugares que tenía abandonados. A ver… la cocina nunca la he abandonado pues como saben es algo que me gusta y disfruto a pesar del calor, sin embargo, hay cosas que uno no hace todos los días. El chicheme, por ejemplo, no llega a mi ‘refri’ con frecuencia. Primero porque hace unos aportes inconmesurables alrededor de la cintura (y a los muslos y al pompis y al resto de las partes del cuerpo), y segundo, porque suele ser una especie de derivado de los tamales o de las tortillas de maíz que tampoco hacemos a diario.
Como estamos en modo ‘hay que usar todo lo que hay rezagado en la despensa o en la ‘refri’ o en el congelador’ un día se cocinó un maíz pilado que había quedado detrás de la harina de maíz que estaba detrás del café que estaba detrás de … bueno ya saben como es eso. El propósito inicial era hacer tortillas, pero ya que el maíz estaba cocinado y ya que era una cantidad importante pues saquemos un poco para hacer chicheme. ¿Por qué no? Ustedes me dirán, pero es que el chicheme se hace con el maíz pilado más chiquitito que el que se usa para moler. Quizás es así ahora que las procesadoras han encontrado la forma de añadir más presentaciones al mismo producto, pero cuando yo era niña en la casa de mi abuela hacían chicheme con el maíz grandote.
De hecho, en la casa de mi abuela no se tomaba chicheme, se comía chicheme y aunque nunca dije nada, se me hacía muy raro ese que comprábamos en La Chorrera cuando la familia iba rumbo a algún destino en el interior. Más grande, para cuando descubrí el del kiosko Beby en David ─desaparecido, por cierto─ ya no existía la casa de mi abuela y aquel chicheme de maíz grandote había quedado olvidado así es que adopté un nuevo favorito.
Les voy a contar cómo era la cosa. Solo lo recuerdo en la casa de Vía España. Quizás Eladia, la cocinera en aquellos días, era la inventora y cuando se jubiló se llevó con ella la costumbre. Siempre salía por la tarde… no sé, tipo cuatro o cinco cuando empezaba a escucharse el canto de los talingos que se posaban sobre los cables eléctricos frente al Hotel Panama Hilton.
Iba uno para la cocina y veía a mi mamá aparecer por el pasillo con un plato o bandejita en el que estaba un gran vaso lleno como hasta la mitad de agua turbia y una o dos pulgadas de granos de maíz en el fondo. Una lata de leche condensada al lado y adentro una cuchara suficientemente larga como para alcanzar los granos del fondo. Y así procedía el asunto: se echaba un chorro de leche condensada en el vaso, se revolvía un poquito, pa´dentro y repita. ¡Qué delicia! Aclaro, chorro de leche condensada en cada bocado. Creo que a partir de la fecha dejaré de tomar chicheme para volverlo a comer.